viernes, 31 de agosto de 2012

Diego Recalde en Viajera Visita


DIEGO RECALDE nació en Buenos Aires el 2 de noviembre de 1969. En TV trabajó como guionista para Roberto Pettinato escribiendo los monólogos iniciales del programa Duro de domar, y en los que el conductor imitaba a Tato Bores. También colaboró autoralmente en su columna humorística “Plop”, del diario Clarín, entre 2005 y 2008. Y guionó a Pettinato en radio, entre 2004 y 2008, en su programa El show de la noticia (FM 100). En ese programa, hizo muchos de los personajes que salían al aire. También fue co-conductor y humorista de Zona liberada, por radio Uno, conducido por Martín Ciccioli. Y trabajó en Mondo Beat, por radio Metro, conducido por Diego Ripoll. Fue notero de Caiga quien caiga y de Argentinos por su nombre. Fue notero y humorista de Duro de domar, RSM, Mundo perfecto, y guionista de programas como Delicatessen (1998), Televisión registrada (2000-2001), Caiga quién caiga (1996-2001) La Cajita Social Show (Sebastián Borenzstein) y Videomatch (1995-2000), entre otros. Hizo humor gráfico durante varios años en los diarios La Razón y Perfil.
Actualmente escribe en el diario la U y hace humor gráfico en el diario La Nación. También trabaja en radio junto a Martín Ciccioli en No se desesperen (FM 98.3).
En cine actuó, escribió y dirigió cuatro largometrajes independientes: Sidra, T.Ves?, Habano y cigarrillos, y El periodista, que recibieron premios en distintos festivales.
Es cantante, autor de las letras y monólogos del grupo de música Trío Ibáñez.
Lleva escritas doce novelas.
Tenemos un problema, Ernesto fue editada en el 2011 por editorial Planeta.
Ahora, publica por editorial Viajera otra de las novelas que tiene escritas: La meta de Gregorio, novela finalista dos veces del concurso de novela Salamanca, España.

CONTACTO:
Email: diegorecalde@fibertel.com.ar


Aquí compartimos el comienzo de la novela Tenemos un problema, Ernesto


Como todas las noches, a eso de las cuatro, me levanté de la cama para ir a hacer pis.
Fui al baño, con la vejiga bastante hinchada, y cuando bajé mis manos para sujetar mi pene, así la orina no salía para cualquier lado sino hacia donde tenía que salir, es decir para adentro del inodoro, descubrí algo horrible, que me llenó de pavor y angustia.
Descubrí que mi pene... no estaba.
Sí, ¡mi pene no estaba! ¡Había desaparecido! ¡Mi pene y mis testículos! ¡Porque desapareció entero!
Aterrado, me pregunté si no se trataba de un mal sueño. Más aterrado, vi que no. En los sueños siempre hay algo de falso y a mí, me faltaba el pene de verdad.
Me acordé entonces, eso que dicen que hay órganos que naturalmente se desplazan hacia otras partes del cuerpo sin alejarse demasiado de la posición original. Pero busqué y busqué y en los lugares cercanos a donde mi pene solía estar, no encontré nada. ¡Ni siquiera una forma parecida!.
Empecé a temblar. Todo mi cuerpo empezó a temblar. Excepto mi pene, claro, que no estaba.
Me fijé si lo tenía en la espalda, en los dedos de los pies, en el pecho, en los dedos de la mano, en la cabeza, otra vez en la espalda... Pero no, no estaba. Mis ojos se llenaron de lágrimas, de lágrimas con sabor a desesperación. No entendía qué pasaba. No podía ser que mi pene hubiese desaparecido de un día para otro. No podía ser.
Más no me resigné; seguí buscándolo. Esta vez, en lugares más insólitos. Adentro del botiquín, en la bañadera, detrás del bidet, ilusionado de que se me hubiera caído. Por lo menos eso. Pero no, tampoco lo encontré.
El pis, mientras tanto, empujaba por salir de la vejiga. Me senté en el inodoro y por ese minúsculo agujero que tenía en lugar de mi pene, pudo salir al menos la orina que tenía acumulada...
Después de hacer pis (¡porque no podía ser que mi pene se hubiese evaporado!), corrí desesperado a mi habitación y miré si Martina, mi novia, estaba conmigo. Quizás en una de esas, por el anhelo de querer tener uno, en la mitad de la noche, ¡me lo cortó!. Y digo por el anhelo de querer tener uno, porque no hay otra razón para que me hiciera algo así. Digo, golpearla psicológicamente, no la golpeaba; golpearla físicamente, tampoco la golpeaba... Si me lo cortó, tiene que haber sido por la famosa envidia del pene de la que tanto habla Freud.
Pero no, mi novia no había dormido conmigo y no había indicios de que, efectivamente, hubiésemos dormido juntos y en la mitad de la noche, ella se haya ido con mi pene.
¿Y si fue una de esas mujeres que, según la mitología popular, utilizando como arma sus portentosas curvas, te seducen, te invitan a su casa, te duermen con un somnífero y al otro día aparecés en una plaza operado y con un riñón menos...?
Había escuchado muchas veces esta historia, siempre protagonizadas por distintas personas…
En tal caso, de ser cierta, lo que no variaba era el objeto a extraer: el riñón… Digo, jamás escuché una historia donde a una persona le sacaban el pene… Aparte, en mi caso, hay dos datos no menores para tomar en cuenta: primero, anoche no estuve con ninguna mujer. Segundo: no había cicatrices y menos aún rastros de que me hubiesen operado.
No había marcas, no había huellas, no había nada; incluso no había indicios de que antes, ahí, en la zona inguinal, hubiera existido un pene.
Ay, ¿dónde está? ¿¡Dónde carajo está mi pene!?
¿¡Qué le hicieron!? ¿¡Quién se lo llevó!?
Si reconstruyo la noche de anoche, es decir la noche de ayer, la noche en la que todavía tenía pene, me acuerdo que llegué a casa como a las once. En el contestador tenía un mensaje; lo escuché. Era un mensaje de mi ex jefe, el productor, showman y “guionista” Francisco Albornoz. Me ofrecía de nuevo trabajo. Recuerdo que no lo llamé porque era muy tarde, y porque iba a sonar a desesperado. Con la alegría de que iba a volver al ruedo, me fui a dormir, para levantarme hoy a la mañana ¡sin pene!
                Cerré los ojos con violencia, mi cara se arrugó más de la cuenta. Intenté creer que se trataba de un mal sueño y que muy pronto me despertaría, deseando que el amanecer rehiciera los hechos tal como estaban un día antes, cuando tenía pene. Sin embargo, la esperanza abrió la puerta de mi departamentito y se fue dando un portazo. Porque llegó el amanecer y a mí me seguía faltando el pene de verdad.


miércoles, 29 de agosto de 2012

Esteban Bieda en Viajera Visita


Esteban Bieda nació en la ciudad de Buenos Aires en 1979. Es Doctor en Filosofía (UBA), docente de Filosofía Antigua y de Griego Clásico en la UBA y en la UNSAM. En filosofía, es autor del libro Aristóteles y la tragedia. Una concepción trágica de la felicidad (Buenos Aires, Altamira, 2008) y de diversos artículos que exploran las relaciones entre razones y pasiones en la naturaleza humana. En literatura, su cuento "Un pulso herido" resultó seleccionado en la primera edición del Premio Nuevos Narradores organizado por el C.C. Ricardo Rojas, y publicado en la Antología del mismo nombre (Libros del Rojas, 2008). En 2012 publicó Fumasa (Alción), su primera novela.


Aquí, dos relatos para compartir:

Higiene

El remís la pasa a buscar a las 6:30 en punto. Ella sabe que tiene que estar parada en la puerta para esperarlo; en ese barrio y a esa hora, había dicho el remisero, no espero. El viaje es breve pero a ella se le hace largo; no sabe bien si es porque ya lo hizo tantas veces o porque tantas otras veces lo hará. Llega a la penitenciaría alrededor de las 7. El remís no espera a que baje del todo; cuando tiene un pie afuera, arranca intempestivamente. Frente al portón marrón hay dos o tres mujeres además de ella; esperan. A las 7:30 la hacen pasar a un patio de tres por tres flanqueado por rejas. Tiene que esperar al menos media hora más. Pero ya está adentro. Algunos minutos después de las 8 abandona la intemperie. Se desnuda en una habitación fría y en penumbras; se muestra, se abre, la revisan. Hace tiempo que la vergüenza abandonó su cuerpo. Se viste. Tiene que esperar; a veces minutos, a veces una hora. Sale a otro patio donde hay tres pequeños galpones que solían ser depósitos de herramientas. Le dicen que pase por aquel y ella pasa. La lamparita que cuelga del techo de chapa está apagada. La sábana que cubre el catre está desarreglada. Enciende la lamparita, arregla la sábana. El catre se queja cuando se sienta sobre él. Espera. Recién entonces me ve. Entro desnudo al galpón, muerto de frío. Me siento al lado de ella y ella se saca el pulóver y me abriga y me acaricia por encima del pulóver y yo siento sus manos a través de la lana que me da picazón pero también calor y me transmite la textura de sus manos. El catre gime. Yo casi nunca la abrazo; me gusta dejarme abrazar, ganar tiempo, tenerla cerca. Tiritamos juntos. Muchas veces me duermo. Otras me quedo despierto y espero. Siempre llega un momento en que dejo de tiritar. Me abandono, me pierdo en su ir y venir. Trato de no mirarla, de no guardar imágenes. Golpean la puerta y el frío me vuelve a invadir. Me sacan al patio desnudo. Ella se acomoda un poco el pelo y arregla la sábana. Sabe que la observan, sabe lo que piensan de ella.



Finita opacidad de un cuerpo con memoria

... y sentí, qué horror, la memoria en el cuerpo, en la vista, todo, una memoria sensitiva, de sentidos, alojada ahí, la memoria, se ríe de planes, de decisiones.

 R. Paula, Agosto


Jamás se había preguntado seriamente si creía en todo lo que leía. Todas las teorías, extintas algunas, célebres otras, rebuscadas todas, que insistían en eso de que tocar es ser tocado, ver es ser visto, oír es ser oído; que acariciar es sentir la caricia del cuerpo acariciado; que ver es padecer la luz que emana del cuerpo visto; que oír es recibir las ondas sonoras del objeto escuchado; que bla bla bla es bla bla bla. Jamás se había preguntado si creía en algo de eso. Una noche trataba de recordar el nombre de la mujer que dormía a su lado. La había conocido horas antes. Estaba ahí, pero ya la había olvidado. Sus manos no recordaban su textura; sus oídos no recordaban su voz; sus ojos no recordaban la caída de su pelo. Estaba ahí pero le resultaba imperceptible. Sí podía ver, por el contrario, a la que ya no tenía enfrente, a la que se había marchado hacía meses, en una mañana de silencios, mientras él simulaba desayuno e indiferencia. La veía sin verla. Entonces supo que los cuerpos piensan, que los cuerpos recuerdan pero que también olvidan, supo que los cuerpos opinan, tienen preferencias, pueden estar en desacuerdo. Acarició el cabello de quien tenía al lado pero no sintió nada; sabía que la estaba acariciando pero no sintió nada. Su propio cuerpo también pensaba, también recordaba y extrañaba a quien prefería, también su cuerpo estaba en desacuerdo. Todo en la habitación se fue oscureciendo poco a poco. Los contornos comenzaron a esfumarse, la figura al lado suyo mermó hacia un olvido definitivo. Recibió la oscuridad sin quejas ni sorpresa, tratando de no alarmarse, después de todo, quién no se ha quedado dormido, alguna vez, con los ojos abiertos.

jueves, 16 de agosto de 2012

Cecilia Maugeri: bonus track en Viajera Visita

Cecilia Maugeri es profesora y licenciada en Letras (UBA). Coordina talleres literarios en Siempre de Viaje y forma parte del consejo editorial de Viajera. Publicó los libros malapalabra (Viajera, 2009) y visitante/the visitor (Viajera, 2011).







Aquí, un adelanto de un trabajo en proceso. Se trata de un monólogo interior del personaje Violeta Denim.


Por favor Dios mío que llegue rápido Sandro me estoy muriendo del embole con esta mujer que no para de hablarme como si fuera la íntima amiga como si me importara la cicatrización de sus juanetes Dios es insoportable y Franco que no me da ni bola y se la pasa hablando con este tipo que parece un embole también le habla ¿de perros? no tengo ni idea no puedo escuchar con el barullo que hace esta mujer ojalá que Sandro llegue rápido quiero saber qué onda la expo qué cagada que no pude ir al final al pedo tendría que haber ido bien al pedo el día de hoy tendría que haberme cagado en todo y venir vestida como a mí me gusta al final este restó es divino todo blanco súper chic y yo con este vestido insulso como una mancha negra en medio de la crème de la crème ay mirá esa chica qué precioso lo que tiene para mí que es artista y se lo hizo ella me encantaría preguntarle pero en cambio estoy acá atrapada con las historias de Susy ay me re colgué porque se dio cuenta de que no le estaba escuchando nada qué bien ella sí sabe quién es ¿me la presentará? Ojalá que sí me encanta la onda que tiene se nota que sabe que vestirse es un arte y ese tipo qué pinta qué bien que le queda debe ser un grupo increíble cómo se visten yo debería juntarme con gente así estaría en mi salsa no tendría que estar justificando mi trabajo todo el tiempo pero si me los presenta qué voy a decir con esta porquería de Carla Milano no me van a creer que mis diseños son re delirantes eso delirio delirio es lo que estoy sintiendo no puede ser tanta personalidad junta y esta mujer no me suelta pero por lo menos me pone al tanto de las historias de los invitados no me va a presentar un soto mejor le cambio el tema de conversación y aprovecho y le pregunto de la familia que es un misterio absoluto tengo derecho a saber si es que esto sigue para adelante tengo que conocer con quién me estoy metiendo porque hasta ahora me chusmeó de la firma de abogados y de la galería y los cambios de estrategia de Ricardo pero de la familia nada de nada brilla por su ausencia ¿ella es la única tía? no entiendo parece que ésta es la mesa de la familia ah hay más tíos y están ¡ah no! están en Milán dejame de joder no lo puedo creer esto es una joda para Tinelli así que tenía tíos en Milán y no me dijo nada ya podríamos haber viajado a visitar yo tendría que haber viajado es un clásico y en cambio lo más cerca que estoy de Milán es el nombre de este vestido ah y los otros en Barcelona pero ahí no me tienta tanto y por qué se habrán rajado ah la crisis del 2001 pero ahora se deben querer matar ah no mirá vos la pegaron y acá ni noticias claro cada uno tira para su lado ¿y esta Susy qué hará de su vida? estoy intrigada me habla y me habla pero nada de su trabajo qué mujer más rara se nota que no le queda el vestido para nada que se está esforzando ¿cómo será su verdadero outfit? Y mirá quién llegó no puedo creer que sea Sonia Cara ya le saco una foto y se la mando a Celeste se va a poner de la nuca qué bárbaro qué lindas pinturas que hace esta mujer ¿qué? ¿por qué, qué tiene? Una vez que está pasando algo interesante ah no le puedo sacar fotos qué hincha que está Franco re susceptible bueno tiene razón debe ser un garrón que te saquen fotos en todos los lugares que vas y sí acá justo voy a quedar re mal tiene razón uy se ve muy rico esto a ver qué delicia me comería cinco platos menos mal que éste es un restó re chic y te sirven porciones chicas porque si no terminaba reventando el vestido al fin Sandro cómo te hiciste rogar soy toda oídos contame todo qué bueno al fin se levantó Susy ¿se irá a fumar? se va con el viejo de los perros ¿serán pareja? qué raro todo qué importa ya se fue y ahora estamos con Sandro que empiece la función decime ya quiénes estuvieron sí sí a ver las fotos ay Franco qué tiene de malo cómo estás hoy no me puedo poner a ver las fotos de la expo porque queda mal no puedo hablar fuerte porque queda mal no puedo tomar alcohol porque queda mal al final cualquier cosa que haga queda mal yo quedo mal la puta madre estoy acá al lado de tu tía loca y borracha y yo soy la que queda mal aunque me esfuerce siempre voy a quedar mal ¿no? no te das cuenta de todo el esfuerzo que estoy haciendo prácticamente no hablé en toda la noche me vine disfrazada me estoy fumando a tu tía desde hace dos horas y me estoy perdiendo de todo lo bueno que podría tener este momento pero de nada sirve porque quedo mal ¡perfecto! necesito un poco de aire me estoy ahogando

miércoles, 15 de agosto de 2012

Karina Macció: bonus track en Viajera Visita

Karina Macció, Buenos Aires, 1974. Escritora, ha publicado Pupilas Estrelladas, Ferina, Lestrygonia, Impresos en rojo,  La Pérdida o La Perdida, y Diario de la Transformación. Dirige Siempre de Viaje y Viajera Editorial.

facebook/karinamaccio
@karinamaccio










Aquí el bonus track para Eterna Cadencia: una escena de La Pérdida o La Perdida:



¿Qué es esta sensación ambigua?                                              (¿Qué es esta pregunta tonta?
tonta como yo, "tonta"?             ¿Es tonto el preguntar?           Y sólo así puedo escribir, preguntando, indagando      -otra forma de decir: meter la daga adentro, adentro, hasta el fondo, presionar fuerte para sentir de verdad? ¿para qué?)               Sumergida estoy en algo
que no sé que me posee como si me desollaran y me volvieran a llenar, y cada vez, distinto el contenido: yo significante muerto, yo sentido pleno, yo viva en un éxtasis irrealizable. Y a la vez, producido cada vez en sola, como si fuera un rebote, como si tanto sentir pudiera aprehenderse sólo de rebote, al cabo de un tiempo, no en ese momento, no ahí, siempre más allá, más allá donde no llego con la mano y tampoco con el pie que en ese intento frustrado se acalambra                                 (de repente te veo incorporarte hecho
un alambre y tu apoyo no te sirve y el mío tampoco y no puedo dártelo y contemplo la escena como desde afuera, pero adentro bien metida, estoy, y desde afuera te veo levantarte sin poder pisar, t a m b a l e a n d o, y tanto quisiera poder hacer, tanto quisiera tanto que no sé qué se puede en estos casos, qué no, y qué se supone que hay que, es la pregunta en realidad ¿qué hay? ¿debo algo? ¿tengo un rol? ¿cómo usar máscara con quien artificia mi desenmascaro? Y entonces todo se vuelve una maraña compleja, embrollo inescrutable, insostenible)
Este juego de pares que se aman y se desaman y en el entramado que inconscientemente idean, me pierdo, no me ubico, no sé funcionar, no sé ser yo, con ácida pasión removida la máscara, debajo no hay nada, la carne muerta también, estupefacta, quebrada en diversas muecas incongruentes que compiten entre sí y no deciden -no dicen- nada.
"Tengo que elegir" me decís, lo repetís, y reverbera en mí estocada, es tocada, soy tocada y turbada, sacada de mí de nuevo, puesta a ver que eso enfrente también me dice, pero no me dice algo, me dice a mí, o diría "me dice me", díceme él, el lenguaje y su lengua, que conozco ya, protuberante, díceme, entonces, el oír es una sentencia, el látigo del tiempo que pasa y cae entusiasta en el martirio nuestro, nuestro desgarro no dicho, ya dicho pero por lo mismo callado, porque tenemos (o tenés) esa forma de decir para desdecir, de borrar a medida que pronunciás, de articular lo imposible para que luego sea un posible sórdido, incierto, enlodado, un posible-imposible, y desde ahí, salir caminando es como si te hubieran puesto brea en la planta de los pies, adheridos al suelo que también tiembla, les duele paralíticamente moverse                        ("Se me durmió un pie"    pero los dos sabemos que es una frase venda, curita, emparche de la imposibilidad de salir de acá, de qué lugar si  al     menos   supiéramos   cuál    es   dónde   quedó   el   mapa    si     existe    todo     parece                                       tan irreal)
Casi nos InCeNdiamOs, y con nosotros, con ese nosotros que mostró de nuevo su ilusionado ser que nunca es, casi nos vamos con casa y todo, y nada nuestro ahí, nada, porque no nos pertenecemos (¿o ?)    porque no nos correspondemos (¿o ? ¿o es tan obvia la correspondencia que casi un afán literario nos obliga a complicarlo, a traicionarlo, a probarlo con torniquete para saber su cierta resistencia?)      porque no, no puede ser lo que no es y sólo juega a ser.                ¿No se trata de eso acaso?         ¿No te sabe a juego?
¿No te parece, al final, un poco hueco?          ¿No te hace ruido? (y sin embargo, nunca podría fingir semejante latido desbocado, tu pecho contra el mío, el aliento compartido, la mirada perdida en el cruce, un beso largo sin tocarse, un beso negro de pupila estrellada, un imperceptible gesto del labio, eso tierno que se abre en el abrazo fuerte, ese entrarse sin querer, y queriendo nada más que eso, todo el tiempo, entrarse, todo el tiempo, desde la palabra hasta la uña y el sudor que apenas surge y ya se confunde)
Ese resabio (reignorante) de extrañeza incómoda que impide al cuerpo ser cuerpo, suyo propio      Alienado se encuentra, sorprendido, congelado en el desconcierto dulce y ácido.
Podríamos haber muerto y con todo, no me habría importado. La mutilación podría haber sido infinita y no logro volver al momento (el segundo cuando nos invadía el olor a quemado y yo soñaba que cocinaban cerca mío) no logro volver y que me importe.
No logro hacerlo real. Vuelvo y floto. Es de nuevo esa sensación: estoy, y yo y mi boca se abren en una risa que no puedo parar, y casi de inmediato se vuelve una piedra intragable que luego es cadena tirante en mi pecho, en mi panza. Al borde, en el principio, rozando el fuego (casi puedo sentir cómo se van borrando mis huellas digitales a medida que me expongo más y más, arden confundidas mis extremidades y yo, en algún lado, abro la boca en una O que no distingue placer y doler)
Podríamos haber muerto y no sabemos qué hacer con el tiempo que hay -poco-: corremos contra él, hacia él, lo perseguimos, lo atacamos todo-el-tiempo (contra el tiempo todo el tiempo). Somos guerreros "aguerridos", como te gusta decir (sí, ya sé cómo te gusta decir, conozco tus palabras y tus tonos, y podría pensar que los sabía desde antes, cuando no te conocía, y sin embargo, no, no podría afirmar que de verdad te conocía, no, porque ahora te escucho en mi cabeza y repercutís por todo mi cuerpo ¿no es eso, en realidad, dejarse entrar?)
¿Qué es lo real? ¿elegir? ¿morir?        Nos desorientamos            ¿Qué hay que hacer?
Entonces me doy cuenta de la cárcel que nos tramamos            (¿y si nunca nos amamos?
Este constante ir y venir, de vos a mí, de mí a vos y la cuerdita en el medio, más o menos tirante, y el probar, juguetear, abusar, ¿y si todo este conjunto de acciones más o menos inconexas no tuvieran nada que ver con el amor?)
Entonces la locura. Entonces el experimento mutuo. Entonces es tramar, los colaboracionistas que somos escriben una historia alternativa y pretenden hacerla pasar por real. Piensan que nada se pierde dado que la Historia sigue su curso. Ellos garabatean al borde a ver si se abre un poco y los deja entrar. Se quieren colar, pero tampoco se trata de derribar paredes, de iniciar la lucha armada poniendo bombas, ni siquiera de quemar todo (eso fue un error). Se trata de escribirlo, de acumular letras hasta que la bolsa rebalse y el exceso derramado se vaya acomodando (solo, sí, dejamos actuar al sistema, y éste tiende a su propia conservación, a la producción del sentido, oh sí, el sistema nunca se rompe -solo nunca se rompe, se niega todo el tiempo cualquier fisura, se niega hacia afuera y hacia adentro, inmediatamente las incluye y las repara, y vuelve a ser perfecto, inmutable- y como si se tratara de una galletita de la fortuna entonces -finalmente, ¿el Destino? ¿no era que lo hacíamos Nosotros, los Inquebrantables, los Hacedores?    ¿nosotros?-    va explotar  -¿o nos animaremos a romperla?-    y va a decir qué tenemos, o qué vamos, a haSer)
Podríamos haber muerto, pero aún antes de eso -pura potencialidad en el humo insinuada, pase de manos invisibles que juegan a mostrar, a asustar- al pensar en el fin del amor, cómo se acaba el amor, te lo pregunté, bueno, no, no te pregunté, fue más bien una afirmación, pero había una pregunta adentro, el corazón era una pregunta, y dentro mío era un ahogo que paralizaba mi tronco, y salió algo así como "Qué feo cuando se acaba el amor ¿no?". Pero te digo, te repito, a lo que yo iba era a preguntarme ¿Cómo se puede acabar el amor? ¿No es acaso infinito? Y si no es "infinito", finito no puede ser, porque yo lo siento amplio, ancho, todo con a y con o y con erre arrastrada, rugiente, león que no cierra la boca, que ronronea en su respiro, que muestra los dientes todo el tiempo -pero fijáte que dijiste "yo lo siento", yo, que soy ésta que sigue escribiendo, dijiste "yo" y no es "vos", no el otro, no él, no el amado, sino "yo", "yo lo siento" es tan en vos que carece de sentido, no de sentir, carece de lo que se puede cerrar, pero para vos, en vos, o yo, pero no en otros. Es probable que el sentir sea imponderable y siendo el amor un sentido, porque lo tiene y cuando está adentro es definitivamente sentido, entonces, puede ser que sea finito. Aunque claro, dicho y hecho finito, escrito finito, como estas palabritas que se van alineando, pero no en el sentir, no el sentir de "yo lo siento"-...       Pará.                   Un minuto.
¿Se trata de una disculpa?       ¿Estás pidiendo perdón?            "yo lo siento"         ¿Por qué?
     ¿Quién se murió?             (yo-vos-nos-el-amor)       ¿No es lo que se dice cuando alguien se muere?                (¿Qué se dice cuando algo se muere?)
Entonces vas a hacer que ésta sea tu galletita de la fortuna, ésta tu oblicua forma de penetrar el sistema, sacarle algo y volverlo a sellar, tan impermeable, tan liso, tan claro.
"yo lo siento" ¿y cómo sigue? ¿o sigue sin seguir? ¿sigue una parte y otra no? Porque algo sigue y algo no. ¿Por eso lo sentís? ¿Por eso te estás disculpando? (aún no queda claro ¿te estás disculpando? ¿qué es lo que sentís?). Entonces sos de las otras, o de los otros, de los que pensaban, como él, que te dijo que no pero después siguió armando su sentido con que , con que el amor se acaba, siempre se acaba, se acaba todo el tiempo (¿y vuelve a empezar?) no hay nada que sea más finito, duro pero finito, y en definitiva su fineza resistente se rompe, porque las cuerdas, aunque sean de acero, se pueden cortar, aunque sean umbilicales, se pueden cortar, es cuestión de tijera y lugar adecuados, es cuestión de saber por dónde... por dónde cortar, acabar, volver a empezar...
Podríamos haber muerto y no me habría importado. El momento era todo: una vida. La secuencia condensada, máxima intensidad: una cena compartida, una caricia, un proyecto, una discusión, una ruptura, una enfermedad, una muerte lejana, un hijo, una cama, una respiración acompasada, un tocarse inagotable, un sueño, un viaje, un resucitar el cuerpo huido, apelmazado al otro, un levantarse sin luz y esperar de nuevo el momento de volver a verte (luz, cámara, acción) y hasta ahí, otra secuencia, la "real", la que todos ven, que se presenta fácil, idiota, plástica. Sabor a nada. Remota. Inercial. Ausencia de estómago. Sangre de pez. Tumba transparente: deja ver el cielo más celeste, más diáfano, marino, y vos, vos, vos no estás. Yo tampoco.
Podríamos haber muerto. ¿Lo hicimos?         ¿Es esta sensación ambigua que me quema?
(¿morir? ¿sentir? ¿amar?)
"Tengo que elegir", me decís me digo me desdoblo me desdigo me pregunto me persigo me recurro me despido          Pido      (time out)     Pido        ¿Me pedís?  ¿Piedra libre? ¿Qué?     Una vida posible Una muerte esperable
Sin el muerto                          Podríamos haber                 potencia doble    condicional  
¿a condición de qué?        ¿del tiempo? ¿del nos? ¿del sí? ¿del son?
Armar la trama del Amor: Cortar la erre sin traumas
habe
El pájaro atrapado. Revolotea. Se hace sentir. Se tiene. Es. Hay.
(cortar los barrotes, no las alas las piernas)
Mi estomágo arde. Mi garganta. Mi cabeza. Mi pecho.
(soltar, perder, encontrar)
ave  (hola)
eva  (otra)
(la transformación: la sensación revolucionaria encarnada)
(fénix: respuesta fugaz)
(incendio: pregunta insistente)
hay
ay
ya

Una tarde de lluvia en Eterna Cadencia

Muchas gracias a nuestros invitados por esta hermosa velada!
Gracias a Patricio Zunini y a Eterna Cadencia por la buena onda!
Y a Elisa Fernández por las fotos, y a Gabriela Tavolara por los videos!
Qué bueno que estuvo! Gracias a todos por estar :o)


domingo, 12 de agosto de 2012

Gabriela Cabezón Cámara en Viajera Visita





Gabriela Cabezón Cámara nació en Buenos Aires en 1968. Estudió Letras en la UBA. Su primera novela, La Virgen Cabeza (Eterna Cadencia, 2009), fue finalista del Memorial Silverio Cañada de la Semana Negra de Gijón y Libro del Año de la Revista Rolling Stone. Le viste la cara a Dios, una nouvelle que fue publicada como e-book por la editorial española Sigueleyendo, fue distinguida como uno de los libros del año para la Revista Ñ y ocupó el tercer puesto del Premio Libro del Año de Eterna Cadencia. Publicó otros relatos en diversas antologías.  Trabaja como periodista cultural en Clarín.  





Aquí, un adelanto de un trabajo en proceso:

No mata, por Gabriela Cabezón Cámara

La mano de Dios aprieta pero no ahorca. Y no mata: con la mano juntó Dios el barro para hacer los muñequitos y crearnos varón y mujer a Su trans imagen y semejanza, después la cerró y del puño estiró el índice hacedor, apuntó a la parejita de polvo y agua y lanzó el rayo vital mientras exhalaba un “¡Fiat!” con tantos pegasos de fuerza como granos de arena tienen las playas y los desiertos de la Tierra y lleno del divino aliento imperativo que es el principio del aire que respiramos y por eso mismo la mano de El no puede ahorcar. Y no mata.

    No mata, se habrá repetido como rezando, como se pide más líbranos del mal cuando se tiene los dientes del mal en la nariz, como se afirma casi sin aire Dios aprieta pero no asfixia aunque esté ahogando y lo habrá afirmado y reafirmado el soldado de Cristo Jesús y del Ejército Argentino Omar Octavio Carrasco porque bien sabía luego de cinco años de seminario bíblico que Dios vomita a los tibios. No era momento de preguntarse si gargajearía a los calientes y cagaría a los fríos, sólo tenía la certeza de que en el minuto que podía ser el último no podía andar dudando como un tibio pero dudaba él cuando estaba boqueando como un pescado porque se ahogaba, porque en vez de aire le entraba un líquido dulce que tal vez fuera el vómito de Dios y antes de que le entrara el líquido le habían llovido golpes como maná y uno, el final, le cayó como un rayo de Dios, lo vio venir y con el medio ojo que le quedaba abierto y la media cuerda vocal que todavía le vibraba gritó no cuando el borceguí del oficial que había visto retroceder a toda velocidad avanzó como un proyectil agigantándose y cerró los ojos cuando la punta le entró en las costillas y le agujereó un pulmón que se le empezó a llenar de sangre y él empezó a respirar Su vómito y ya no Su aliento, ese aire con que llenó la tierra para que volaran los pájaros y se mecieran los árboles y respiraran todas las criaturas que había creado para qué, para no estar solo sería, entonces le faltaba algo a Dios, habrá dudado Carrasco cuando le entró la punta de una patada que no le salió nunca más, para siempre se le quedó la patada adentro y siempre duró como veinticuatro horas: había venido con todo el envión posible para un milico bien entrenado y de piernas largas, la habrá visto venirse como quien ve caer una bomba hendiendo ese aire de Dios para los pájaros y los aviones y seguramente también para los misiles; así habrá visto Carrasco al borcego que lo terminó matando de un paro respiratorio aunque se dijera el soldado que la mano de Dios aprieta pero no asfixia y que la boca de Dios maldice pero insufla aliento divino y le da vida al polvo que somos y que si mata es al maldito pero no después de Cristo Jesús y además él, soldado de la Patria hacía tres días pero soldado del Ejército Evangélico Mundial Antorcha de la Fe desde el principio, era de los elegidos desde que más o menos en su octavo mes de gestación su padre desbarrancó en la ruta que va de Cutral Có a Trenque Lauquen y mientras caía él mismo vio caer el cargamento de pollos sin cabeza y sin plumas, los vio derramarse barranco abajo como si hubiera salido un río de pollos muertos del culo de la camioneta repartidora, la ola de pollos se alzó, cayó fuerte y levantó polvo de la tierra seca que brilló como si hubiera sido de diamantes, una tierra de mierda que no servía ni para plantar soja, esa plaga, una de las últimas, uno de los cinco jinetes, una tierra tan de mierda que estaba como maldita desde el origen pero le brillaron las partículas al sol del atardecer en el barranco mientras don Francisco Carrasco, repartidor de pollos, hijo de un trabajador petrolero que había querido una vida mejor para él y lo había conchabado de peón en la granja Desertpollo donde el gurí había ascendido hasta repartidor y entonces se había casado y había iniciado sin saberlo la muchedumbre que sería su despojo y lo supo entonces cuando volaban los pollos muertos por el mismo aire en el que brillaba la tierra de mierda y él se golpeaba la cabeza contra el techo de la cabina de la camioneta y tenía miedo de que lo echaran del trabajo o de morirse y atardecía más fuerte en el desierto y los pollos amarillos rosados claros parecían chispazos pálidos del sol y el sol se veía siempre igual pese a los cambios de su punto de vista que daba vueltas dentro de la camioneta que caía girando sobre sí misma y de ese sol al que le volaban pollos como chispas pálidas pareció salir la voz que le dijo “No temas” porque todo el tiempo le habló de tú pese a que Francisco Carrasco era paraguayo y voseaba a todo el mundo, incluso al general había voseado en la colimba “No temas, hijo mío. Eres salvado. Y tu despojo será una muchedumbre”. En ese momento se desmayó tranquilo Francisco y a las horas lo encontraron y lo llevaron al hospital y del susto a su mujer se le adelantó el parto y ahí nació, ya en la fe de Jesús Cristo Nuestro Salvador, el soldado evangélico mundial Omar Carrasco. Por las palabras de Dios el flamante padre pensó que su primogénito iniciaría una larga fila de hijos pero no, sólo quedó embarazada una vez más la mamá del soldado y muchas veces se preguntaron qué habría querido decirle Dios a su repatidor de pollos dilecto Francisco Carrasco con eso de una muchedumbre será tu despojo y especularon con Sarah y Abraham que tuvieron a Isaac alrededor de los cien años pero igual rezaron y rezaron pidiendo aclaraciones. Recién lo entenderían dieciocho años después del día de Su mensaje, exactamente un mes más tarde de haber llevado a su único hijo varón a la puerta del cuartel para que cumpliera su deber con la Patria. Era la segunda vez que salían de Cutral Có desde que les había nacido el chico.
    Al cuartel lo había llevado el padre en la camioneta que tuvo que comprarse después de la que se le hizo mierda el mismo momento en que conoció a Jesús. Le dijo que los milicos lo iban a hacer hombre, que no sería como en el pueblo. El chico le contestó “No te preocupes, papá, vas a estar orgulloso de mí”. Y entró con la Biblia en el sobaco, cantandoSiempre adelante vamos con Cristo, con su palabra que es la verdad. Como soldados estemos listos, pues Jesucristo es mi general. Somos soldados de Jehová. Somos soldados de Jesús”. Eso fue el 3 de marzo de 1994. La paliza se la dieron el 6 un oficial y dos soldados. Y su cadáver apareció en las instalaciones militares exactamente un mes después, el 6 de abril. No puede deducirse ninguna relación de causalidad entre los dos extremos de su estadía en el cuartel. Sí se infiere que Dios, de existir, no está especialmente atento a lo que le piden sus soldados. Porque el chico debe haberle pedido que dejaran de pegarle, que no lo mataran, que le permitiera volver a Cutral-Co a andar en bicicleta y a componerle canciones: fuera de Jesús, tocar la guitarra en el templo, River y el ciclismo eran sus pasiones más fuertes. A cambio, le habrá prometido alguna proeza imposible: hacerse de Boca o dejar de hacerse la paja o irse a evangelizar al Perú de Sendero Luminoso. Habrá rezado y habrá pedido y habrá ofrecido cualquier cosa, pero ni el Ejército Argentino ni el general Jesús se conmovieron y se acabaron la bicicleta y las pajas y la repartición de pollos –había empezado a compartir oficio con su padre- para Su soldado Carrasco. Quedaron pocas fotos de él. Concretamente, dos. Una de las dos debe ser del día anterior a su muerte: se lo ve rapado, mirando al frente, vestido de milico. Era un pibe morocho, de ojos achinados y alcanzó a medir un metro setenta nomás. Seguramente hubiera sido más alto, recién había cumplido los 18 cuando lo sorprendieron las diferencias entre ser soldado de Cristo y ser soldado del Ejército Argentino, la institución que le deparó la muerte y una fama que difícilmente hubiera logrado de seguir viviendo.
    Era tímido el pibe. Y eso de andar con la Biblia abajo del brazo o al lado de la cama o arriba de la almohada le habrá parecido inclaudicable, algo que le debía a su Dios General. Al oficial que le dio la última patada le habrá parecido una mariconada y habrá decidido hacerlo macho. Y kaput, no más mundo para Omar Octavio Carrasco: el Señor lo llamó a su presencia. Cuatro meses más tarde, mientras se llevaba a cabo la investigación del asesinato, un escándalo nacional, el sacrificio del soldado Carrasco fue aceptado. No sabemos si así lo dispuso el general Jesús, la empresa que medía la intención de voto de la ciudadanía o el capricho del comandante en jefe de las Fuerzas Armadas de la Nación, el presidente Carlos Menem, o todo eso junto, que no se excluye.
    Y su despojo fue una muchedumbre.

jueves, 9 de agosto de 2012

Fernanda Nicolini en Viajera Visita


Fernanda Nicolini nació en 1979 en Morón y vivió en Mar del Plata hasta los 18 años. Es periodista y trabajó en las revistas Qué te parece esto Beba, TXT y Noticias, y en el diario Crítica. Actualmente es editora en la revista Brando. Publicó las plaquetas de poesía Rubia y Once, y el libro Ruta 2. Junto a Mercedes Halfon escribió la novela Te pido un taxi. Participó de diversas antologías de cuentos.











Aquí, algo de su poesía para compartir:

(Poemas de Ruta 2)

4.
a vos que te falta cordón boanerense porque sos
clase media altita de mar del plata decís y me contás de beto que
te defendió en la pelea contra cinco
digo: deberías hinchar por estudiantes de buenos aires como tu abuelo
presidente del club el mío lleva un cartel con su nombre en un edificio que se
encima a las vías de morón

de ida la ciudad tiene un tanque de agua gris al costado de la autopista
también hay un tren larga distancia que no se parece al de la maqueta
jubilados y estudiantes hacia el sueño del fin de semana tardan seis horas
papá limpiaba pieza por pieza y decía que esa máquina era la más linda
del mundo o quizás del barrio: nadie más tenía una märklin tan brillante

vendió todo sin avisar y el dueño del colegio contento
bien saldada la deuda de años de educación bilingüe
sabemos la línea sucesoria de los tudor y recitar shakespeare en inglés
sólo queda una locomotora junto a la licorera de cristal de bohemia.

8.
volví a la ruta pero de tarde
no son álamos ni abedules
la luz se cuela a la hora de las fotos y
no es lo mismo hablar de autos
o de la infancia reventada por el fracaso de otros
y que me pongas
la mano cuando acelero con miedo
hoy veo el pasto naranja y el reflejo
metalizado de los que regresan
me digo: no voy a revelar operaciones mentales
de un ahogo que se impone
y no te hagas
no sabía que iba a escribir de esto.

17.
La espalda vencida por el peso
acá le dicen metro y la ciudad ahuecada se parece a cualquier otra hasta que
alguno de nosotros habla: las palabras los asustan
somos los que venimos a quitarles el trabajo.

afuera los edificios imponen una historia conocida
ideal para cada una de estas fotos
hay que sentarse en la catedral hoy que es gratis y escuchar
la misa que repite por mi culpa por mi culpa

las calles de piedra con casas encimadas tienen sentido si te las cuento
debería ser en una carta pero ya no se mandan
no hay romanticismo posible cuando el viaje
se convierte en el lugar común de la huida y vos pedís que te escriba largo
como si el número de líneas nos hiciera más reales
en las montañas que se ven desde los suburbios empieza a nevar
y no es una imagen: las casas son siempre de otros.

Inédito

¿Cómo estás funcionando hoy?


un párpado que titila a otro ritmo ya no es
parte de un cuerpo perfecto
algo falla
como el día que intenté dibujar un perfil y los rasgos
no formaban una cara


la sangre nunca invierte la ruta pero la altera
la detiene te retiene
¿vos sabés cómo estás funcionando hoy?
si pudiera pedir un deseo sería un viaje fantástico
al interior de la máquina

Ricardo Czikk en Viajera Visita

 
Nació en Buenos Aires en 1960. Lo hizo bajo el signo de Tauro, siendo éste un dato que al ser revelado en alguna conversación, suele espantar a sus interlocutores (no sabe aún cuál es el motivo).
Descubrió, de chico, la lectura a través de Verne y Salgari. Dio más de 80 vueltas al mundo para decidir que ya era hora no sólo de leer, sino también de escribir. Su puerta de entrada fue la poesía  (tampoco sobre esto tiene una explicación).
Vivió en Israel dos períodos largos e intensos, en la adolescencia y la adultez, ambos ligados a ampliar sus conocimientos y experiencia. En el último, terminó una Maestría en Educación.
Es psicólogo con formación psicoanalítica, docente y trabaja como responsable de Desarrollo y Comunicación Interna en una empresa nacional. Por todo esto, siempre tuvo que enfrentar a la palabra y sus efectos (así como sus afectos).
Escribe colaboraciones para el diario Clarín, es miembro editor y redactor de la revista Ergo y ha presentado libros de su especialidad.
Ha participado en lecturas colectivas de textos poéticos, publicó en la página web de siempredeviaje, en la colección Poesía Portátil. Con Karina Macció perdió el temor a que alguien escuche y lea sus escritos, imaginando así que su prematuro deseo de escribir novelas de corsarios -para lo cual había estudiado con ahínco diseño de carabelas- podría convertirse en un libro de poemas, que por fin publicó con Viajera en 2009: Estuche Negro, color con el que el autor honró y evocó a su corsario más admirado.


MI MATE Y YO

Mate de yerba orgánica
te chupo
y me absorbés
te alojás caliente
en las entrañas
te dan la bienvenida
mis vísceras
cuando sorbo lento
tus impropiedades
despertarme
distraerme
te beso con fuerza
ver tu caer en el hueco
verterte y volver a tomarte
tu calabaza
me hace hervir
entonces vuelvo a llevarte
a mis labios
fruncidos
pido siempre más
sentir tu afecto
tu afección interna
intestinal
dos veces al día
aunque deba rogar:
-por favor, no enfríes tu tibieza.
Este amor
parece estar perdido
de antemano
no recíproco
orgánico
verde
imposible
amor vicioso
forzado
vos, matecito mío
y yo.


CARA DE FELIZ CUMPLEAÑOS

Ah, que tremendo cuando te hacen eso. Eso que con toda tu alma deseabas que nunca ocurriera. Nunca tener que vivirlo. Nunca.
Te habías mirado a espejos cientos y miles de veces. Una sola inquietud te pegaba fuerte: ¿cómo sería verse sin anteojos? Lo habías intentado. Precisabas acercarte demasiado para verte y ello suponía estar ojo contra ojo, una cercanía que deformaba. De lejos no eras más que un borroneo, tenues confines del cuerpo, terreno donde los gestos no sobrevivían a las impotentes retinas.
Al Italpark se llegaba en el 124, marrón y negro. Desde Almagro era el puente al maravilloso mundo de los autitos chocadores, la temible montaña rusa -que se podía ver desde Callao justo allí donde empieza a bajar hacia Libertador-, las tazas que te hacían vomitar, y el tiro de puntería con una pelota hecha con una media (no logro recordar las otras delicias de tan sofisticada kermesse). Las fichas para ingresar a los juegos eran de colores, rojas y azules, bien grandotas. Las vendían en unas casillas de madera instaladas en medio del parque. Ibas siempre con el dinero justo y tenías que negociar cada peso con tus padres. Excepto el día de tu cumpleaños. Ese día especial salías con la cédula, la mostrabas y tenías todo a disposición. Gratis.
Claro, iban en banda. Un conjunto de amigos y amigas que se habían conocido hace poco, en el colegio secundario. En primer año empezaste a sentir el impulso de armarte un grupo que te permitiera sacar afuera lo que venías aguantando en el colegio anterior, donde no eras el más favorecido. Bueno, ser el gordito de anteojos, medio inhibido, no te había permitido profundizar mucho en las amistades. Más bien andabas a la defensiva, cuidándote de que no te cargaran. El fútbol no era tu pasión y ni siquiera los lunes charlabas demasiado con los chicos de tu grado.
Desde el primer día del nuevo cole te paraste distinto. Nada de dejarte bravuconear. Plantaste bandera y dijiste: acá estoy. Al fin y al cabo, siendo buen alumno y con un poco de canchereada, podrías salirte del anonimato y ganarte un lugarcito. No te había ido nada mal con aquella nueva estrategia y era el día de tu cumpleaños, con permiso para jugar hasta cansarte.
Todo iba bien. Ya tenías las fichas. Empezaron como siempre por los chocadores. Había olor a quemado por las chispas que sacaban esos cochecitos comandados por locos, con el único objetivo de embestir al prójimo, darle fuerte como para que la sacudida lo dejara temblando. La regla era molestar, empujar. Lo que hedía era, tal como vos me dijiste, toda la bestialidad humana suelta en un permiso transitorio y fugaz. La fila era larga, pero llegaron y la pasaste bien. A medida que la tarde avanzaba te sentías cada vez mejor.
En un momento todos acordaron ir al laberinto de espejos. Rara decisión. En general no era el lugar más solicitado. Pero ese día con todas las fichas disponibles, ¡qué te molestaba gastar una en algo que no te encantara! Allá fuiste. Para cuando te diste cuenta estabas adentro del laberinto. Te empujaron, muy rápido y sobre todo más veloz fue Nuñez –que llegaste a odiar hasta las tripas- quien te sacó de la cara de un tirón, los anteojos de carey beige que tantos años usaste. Medio perdido, solo, te mandaron adentro, mientras escuchabas sus risas y la bruma te envolvía. No podías no jugar el juego. Se suponía una broma amistosa. Pero vos sabías de la crueldad. Era lo peor para vos. Más humillante que bajarte el pantalón Acá estabas condenado a ver que no veías, estabas atrapado en una paradoja. No podías dejar de estar ahí y al mismo tiempo sentir el odio contenido, la ira de haber sido burlado, el eco de las risas de las chicas, especialmente de Claudia tan parecida al de una hiena. Ahora sólo era eco. Seguramente sería fácil salir. Nadie instalaría un laberinto de espejos deformantes sin que existiera una salida sencilla. Habías caído en la trampa. Cada espejo que se pegaba a tu cara, más y más transpirada por la mezcla de la risa nerviosa y el sudor, te hería más. Te desgarraba peor. Qué tonto habías sido al confiar. Haber creído que podías ser otro. Seguías siendo el mismo tonto de anteojos al que encima lo habían despojado de su única protección. Te habían echado al foso de los leones, a la arena del circo, mientras todos miraban como te humillabas por no saber pelear, y el pulgar para abajo indicaba haber sido condenado. Nadie te miraba. No podías saber de los otros. No alcanzabas a verlos.
Finalmente saliste y te estaban esperando.
Sabías que tenías que sonreír y lo hiciste. Debías seguir su juego. Mientras pensabas con rabia contenida que eso tenía nombre: ser el gordito de anteojos, al que humillaban. Que no había máscara que valiese.
Al Italpark lo cerraron pocos años después. No volviste, ni frecuentaste a ese grupo de amigos.
A mí me lo pudiste contar mucho tiempo y muchos cumpleaños después. Llorabas y transpirabas. La broma fue desgraciada, ni siquiera el paso del tiempo había cicatrizado sus efectos.
Aunque ya no usaras más aquellos anteojos, te seguías viendo un gordito en cada superficie espejada y recodo del camino, permanente desdichado de una cruel burla.
De aquel laberinto deformante nunca pudiste salir.


HOJAS

Que no lloren aquellas hojas, las que amarillan la vereda.
Papá nos deja en la puerta del cole. El santo y seña de la despedida es una sonrisa. Para que vaya donde lo esperan. Antes estuvimos mirando el auto de María Leonarda y Betina. Las hermanas Pipkin. Decíamos de ellas: las princesas. Su padre no las dejaba bajar hasta que el colegio no abriera de par en par los portones del palacio. Nosotros, caballeros, esperábamos aunque hiciera frío (¡qué frío en las mañanas de invierno!). Adentro la bizca vicedirectora (hija del fundador) mueve con la mano el mimeógrafo. Un árbol calvo es la imagen del día que duplicará en tintes de azul. Es aquel árbol pelado que apenas nos cobijó en la mañana con llovizna. Mi hermano extraña y llora, yo lloro porque él extraña. Nos revolcamos, mientras la directora (la otra hija del fundador), nos mira. Calcula el tiempo. El del recreo, que eran dos timbres.
Uno: a pararse en el lugar que estuvieras, un juego de estatuas para nosotros.
Dos: aflojarse para ir rapidito al aula.
En esa calle de Almagro en el baño del subsuelo hay olor a lavandina, que saboreo como una madalena rancia que me transporta al Tiempo Perdido. En el meadero vacío, de la escuela semiprivada adscripta a la educación oficial, donde el orgullo era el cuadro de honor, existen hojas chamuscadas por ruedas de autos que se espejan en las número dos, las número cinco, las canson lisas, las rayadas como las hijas del fundador y las cuadriculadas que mi mamá nos compraba suponiendo que no llorábamos.
En la despedida, las mórbidas hojitas, revolotean alrededor de las dos que no bajaban del carruaje, cuando mi padre se iba a trabajar y un guiño aseguraba que no volvería más.
Santo y Seña.
Partida.