domingo, 30 de octubre de 2011

Una manera de mirar en Agencia NAN





El de Faierman no es un libro convencional, sino un bello y corto poemario en el que lo artesanal se entrelaza con la búsqueda poética. Una voz sutil aunque incisiva invita a extrañarse del propio cuerpo, de los propios límites físicos.
Por Nicolás Alonso

Buenos Aires, julio 18 (Agencia NAN-2011).-
Y pese a todo, el libro sigue cautivando. Algo hay en ese compendio de hojas impresas, repleto de viejas palabras enhebradas una y otra vez, que hechiza. Más allá de esos pocos seres iluminados que de vez en cuando nacen y le dejan su ofrenda de palabras al mundo, los libros tienen cierta autonomía, una magia que los hace únicos. No son sólo un contenido o un conjunto de palabras ordenadas según determinadas reglas lingüísticas, sino también objetos, cosas. Pedazos de mundo.

Una manera de mirar (Colección Valijita, 2010) es, más que un libro, un objeto artístico en el que la poesía no se agota en el contenido, sino que avanza sobre el “soporte”. El de Mariana Faierman no es un libro convencional, es más pequeño; pero sus 14 x 10 centímetros y su aroma artesanal le sobran para transformar y alterar. En fin, para hacer de la vida algo un poco más seductor.

No tiene el respaldo de las grandes editoriales (ni de las más chicas). Este libro es --como tantos otros desconocidos-- un libro de autor, realizado de punta a punta por su misma hacedora. Pero eso, lejos de representar un obstáculo para lograr un buen producto --qué frío suena referirse a un libro de ese manera--, logra, a través de la autogestión, un sentido de totalidad maravilloso. “La mano” de la autora en la edición, en la confección y en el diseño, tiñe el texto aún antes de abrir la primera página o de leer sus primeros versos. En épocas de tanta contaminación visual-digital, de tanto artificio tecnológico, esta edición artesanal invita al viaje profundo al interior de una poética fresca y cautivante.

“Una vez/ creí/ ser otra/ más chiquita/ entonces pensé/ que debía recortarme/ reducirme/ pero no cuidé los bordes/ me pasé/ tanto y tantas veces/ de la línea punteada/ que un día no me reconocí/ (mi cuerpo me había olvidado)/entonces miré a mi alrededor/ y no había miguitas de pan/ intenté pegar nuevamente mis retazos/ y nada encajó/ en su antiguo lugar / (yo creía ser una versión mutilada de cuerpo)”. Leer los versos de Una manera de mirar, es extrañarse del propio cuerpo, dudar de los propios límites físicos.

Con una voz sutil pero incisiva, en muchos tramos evoca a un otro que aparece como una especie de fantasma que interroga la unidad y la forma del propio cuerpo. Ese otro que es, en definitiva, un él (“ella le pedía/ inventar otro dolor/ él intentaba/ no descoserla cada noche”) que introduce una duda, una pérdida --por momentos permanente y por otros no-- de los límites que marcan el fin de uno y el comienzo del otro (“estábamos partidos/cada uno/ era uno”). El amor se introduce en la percepción de uno mismo, es la fuerza que une y que separa, en la que Feierman explora su capacidad creativa, como en aquel poema en que ese yo poético, le pide a él que la dibuje, que la cree. Pero no desde el lugar idílico y trillado del hombre retratando a la mujer, sino desde una zona perturbadora, de a ratos invasiva: “Cuando me recortes/ apiadate de mi contorno/ intentá no lastimarme/ (hoy no tengo ganas)”.

Una manera de mirar es un bello y corto poemario en donde lo artesanal se entrelaza con la búsqueda poética. Es un libro cuidado, en donde cada palabra, cada espacio, cada pausa, está cuidadosamente pensada, buscada, trabajada. Es artesanal no sólo por el delicado cartón corrugado que cubre su encuadernación, o por el decidido tono violeta de sus tapas. Lo artesanal está en cada sucesión de palabras, en cada verso logrado que indica un trabajo, una dedicación y un esmero indispensable en todo arte que se precie de tal, más allá de los filtros y restricciones que el mercado editorial le impone a los jóvenes escritores, y por tanto, a la literatura en sí. 
Reseña publicada el 18 de julio de 2011 por Agencia NAN.

lunes, 24 de octubre de 2011

Casacado en Agencia NAN



Entrecortada y en base a “palabras gastadas”, el novel autor teje su poesía hasta diseñar un mundo de estados humanos: susurros, ruidos, silencio, polvo, ebullición, luz, oscuridad, estática.

Por Nicolás Alonso

Buenos Aires, agosto 1 (Agencia NAN-2011).- Cascado (Siempre de Viaje Ediciones, 2011) es el primer libro del joven escritor Gustavo Di Peppe. Pero también es el nombre que condensa y unifica una serie de poemas, de palabras, de versos, sometidos a un cuidadoso proceso de horadación. Se podría decir, parafraseando al autor, que lo que aquí se ofrece, no son más (ni menos) que palabras sutilmente gastadas. Así como en los años 70 los blue jeans se pasaban una y otra vez por el lavarropas, o se fregaban pacientemente hasta que adquirían ese sutil tono azulado, la poesía de Di Peppe gasta constantemente las palabras, las casca, las ahueca. Utiliza porciones de ellas para enhebrarlas y generar un ambiente enrarecido, que con el correr de las páginas se va convirtiendo en el principal activo del texto: “Andar en el oscuro del patio/ encerrado/ en cáscara/ las paredes/ entrecortar/ la pendiente/ la estabilidad/ en el apoyo/ volverse uno/ aspirar fuerte/ el olor/ de encierro-siglo/ aguardando frío/ después de tanta/ dejada humedad/ desaparecer en el fondo/ ayer etéreo/ pagándose a las paredes en láminas de susurro”.

En la primera página de este libro, Di Peppe deja una nota: “Recuerdo de mi estadía bajo la tierra”. Debajo de la tierra, en esa atmósfera viciada, enrarecida como una especie de bóveda inanimada y abandonada por el tiempo, habita un yo que se interroga, que se busca a través de los versos, entre el humo quieto, entre el polvo estático y ese tiempo que parece esconderse detrás del otro para permanecer igual, idéntico a sí mismo. Es un yo caído, o mejor dicho, es un yo descendido que se va abriendo paso, respirando en intervalos pequeños para no consumir el escaso aire que se filtra entre el polvo. “Mi voz ya no responde/quebrada/desgarrado/ haciendo fuerza para abrir la garganta escapar/ espasmos de años/ tiempo/ eco rebotando y/ volviendo/ disperso/ inalcanzable/ bóveda gris arriba/ se despedaza/ cae”.

Ese “bajo la tierra” del que habla Di Peppe parece de a ratos hacerse carne en el cuerpo del yo. La búsqueda es emprendida a tientas, es un recorrido en el que el cuerpo se convierte, también, en un elemento de ese submundo, o por lo menos emprende una relación con ese entorno que a través de los versos lo va modificando. “Las hebras me tapan los ojos/ una vez más/ cada golpe seco/ reboto/ siento el aire despedido/ el cuerpo enrulado/ la puerta se cierra y se abre/ tintineo/ se cae/ rueda por el suelo/ y siento el olor/ la mano no me tiembla/ la resonancia me tapa los/ oídos/ asentimiento/ chau pies/ los doblo prolijamente y los guardo/ la arruga apretada remachada”. El silencio, en algún punto, deviene mecánico, metálico. Es un silencio industrial, una especie de siderurgia en descenso que cae sobre el yo atónito. Destellos de luz aparecen y contrastan con la penumbra abismal, ruidos ensordecedores atraviesan fugases la escena y se disipan (“los reflejos arden/ más enceguecedor/ quiero abrir los ojos pero/ ahogado/ al final/ me queda marcado como hierro cliente/ brillosidad/ garganta apretada, quiero salir/ espeso/ desparramarme/ pero me cortan la circulación”).

Las palabras, tal como los versos, (horadadas, gastadas, raspadas) se van soltando de a poco. Entrecortada, la poesía se va tejiendo. Los susurros, los ruidos, el silencio, el polvo, la ebullición, la luz, la oscuridad, la estática, configuran un mundo de ahogo, de asfixia. Es un mundo que enceguece, que aturde, que agrieta y martilla (con silencio o con ruido, con luz o con oscuridad, eso es secundario). Cascado es atmósfera condensada en palabras, es, en definitiva, una “estadía bajo la tierra” permanentemente reencarnando: en cada línea, en cada letra y en cada lectura.

lunes, 17 de octubre de 2011

visitante/the visitor en Revista Casquiavana

Visitante. The visitor, de Cecilia Maugeri 
Viajera, Buenos Aires, 2011


Probablemente el libro podría haberse llamado Bisitante, ya que en cierto sentido la escritura que propone es siempre de a dos. Eso es lo que transmite Cecilia Maugeri, que reunió algunos de sus poemas de viaje escritos entre 2004 y 2008, y les dio un formato reversible, poco habitual en la poesía de por acá. Porque si en un costado están sus palabras en español, en la página de al lado se encuentran transformadas, cambiadas por otro poema que podría ser, esta vez con versiones de Ben Darlington en inglés. Las mismas palabras que, visitando (siendo visitadas por) otro idioma, se convierten en nuevas formas de percibir y transmitir. El libro está complementado además por un tercer lenguaje, un idioma que visita los poemas desde un entendimiento diferente, configurado por los dibujos de Ulisses Moisés de Carvalho.


Reseña publicada el 15 de agosto de 2011 en RevistaCasquivana

viernes, 14 de octubre de 2011

Viajera visita Sirenas en bicicleta



El lunes 10 de Octubre estuvimos en el hermoso programa
Sirenas en bicicleta de Radio Colmena.
Contamos nuestras aventuras literarias y Cecilia Maugeri leyó sus poemas viajeros.
Gracias a las sirenas!!!
Pueden escucharnos AQUÍ

miércoles, 12 de octubre de 2011

Viajera en el Periódico de Poesía de la UNAM (México)


Viajera editorial es un proyecto que se desarrolla principalmente en Buenos Aires. Presentan su concepto como ‘literatura gourmet’, y escogen el sello a partir de la idea de que es un espacio independiente, de literatura en progreso, por eso y por el gusto por la exploración, el concepto de lo viajero. Así pues, la idea atiende a los placeres de la gastronomía y la maletita (su sello), y nos invita al encuentro con sus libros.
Sus catálogos se basan en el descubrimiento, la exploración y el “acompañamiento”: descubren primeros libros de autor, exploran a sus autores contemporáneos, y continúan con proyectos anteriores: Poesía portátil y Colección Valijita (que siempre acompañaron a sus lectores). Si bien la descripción que propone su ‘chef’ Karina Macció, no está del todo definida (hace falta acercar la página a lo literario, y sumar la intención gourmet y los viajes), es evidente que las ediciones han sido cuidadas. Cuatro volúmenes nos hicieron llegar al Periódico de Poesía; en tres de ellos predomina la tendencia experimental de los autores que juegan con la organización de los versos y la tipografía. Clin caja, de Aníbal Iliguisonis, es un libro evidentemente onomatopéyico que, en la recurrencia, problematiza una caja registradora y su relación con el sistema económico de una subjetividad en clara decadencia. La poética de La Pérdida o La Perdida, de Karina Macció, se encuentra inicialmente en el nivel del morfema como parte mínima de la estructura significante, que se reacomoda en el juego de su multiplicidad. Entra y sale del sentido, y a partir de ello, de las posibilidades dicotómicas de sentirse libre o atrapada. Cecilia Maugeri, con malapalabra, nos invita también al cuestionamiento por insistencia. Hemos visto muchos juegos así en la tradición argentina del siglo XX (Leónidas Lamborghini, etc.), aunque un poco más tímidos en Maugeri. Contrario a los libros referidos, La cajita de Pandora, de Virginia Janza, destapa un universo humano que se justifica en la cosmogonía clásica de occidente; inicia con la síntesis de tres mitos originarios: el andrógino, Prometeo y Pandora, con los que dialoga de manera metafórica, y trata de responder a los cuestionamientos propios del ser. Con estos ejemplos, celebramos la existencia de Viajera editorial, de la misma manera en que celebramos la existencia de tantas editoriales independientes que luchan, literalmente, por ganar un lugar más para la poesía en este mundo tan distraído en el problema de lo útil, lo comercial y lo conveniente.




Reseña publicada en Septiembre de 2011 en el Periódico de Poesía de la UNAM