VIAJERA EDITORIAL se enamora de la literatura con una atrevida voz propia y una manera original de ver el mundo. Viajera sale en busca de talentos nuevos con el desafío de que encuentren sus ávidos lectores. Viajera cuenta con tres colecciones: descubrir, para primeros libros de autor; explorar, para seguir adentrándose en el paisaje de las obras contemporáneas en construcción; bífida, libros doble lengua/lengua doble
viernes, 26 de junio de 2015
miércoles, 24 de junio de 2015
Pablo Müllner reseña "Agua o niño que corre"
Sobre “Agua o niño que corre” de Eugenia Coiro
Las mujeres paren a sus hijos en el río, sin abandonar su trabajo…
El libro de poemas y prosas poéticas abre con un pequeño relato. Si uno lee con rapidez, distraído puede caer fácilmente en la trampa de esta prosa limpia, libre de valoraciones, en extremo objetiva. Una descripción de un paisaje, un pueblo, una costumbre del lugar. Parece una breve entrada de un diario de viaje.
Al sumergirse la poeta en el agua descubre que los niños que nacen muertos, arrastrados por la corriente, se convierten en criaturas acuáticas, como grandes renacuajos, y se ocultan bajo las piedras al intuir a la visitante.
Es difícil creer que este lugar sea solo una zona en la imaginación de la poeta. O quizá, más precisamente, da un poco de miedo.
Más que un relato plenamente onírico, parece la detección de lo irreal en la misma vigilia. La poeta parece anteponer una gran lupa a la realidad y a través de esa lente poderosa hace evidente que lo real no es tan sólido y concreto como en una primera vista. Hay un entramado muy fino entre la materia y el sueño. El mismo ojo que mira a un poblado hacer su acostumbrada pesca en el río, si ve más detenidamente, descubre que nada es tan lógico o sensato como parecía.
El tono descriptivo, la ausencia de juicios, recuerda a las narraciones rurales de Marosa Di Giorgio. Hay belleza y terror, en proporciones casi iguales. El lector no puede resistirse a seguir leyendo por más que ya se encuentre bastante perturbado.
Los fragmentos
cada desecho ínfimo
pelos o ramas
lo vivo muerto
A partir de ahí la escritura se mueve en poemas cortos, fluidos, contundentes, como el trayecto de un río caudaloso:
(…)
Abajo
Abajo
Abajo
Abajo
(…)
O, parafraseando, el mismo poema, como si la poeta se dejase llevar por el río al mar. O como si esta agua que corre, pudiera ser también la descripción de un hecho más sombrío. Un cadáver arrojado al mar que adquiere una nueva conciencia,
y recobra
la memoria de otro cuerpo
En la segunda parte “Niño que corre”, engañosamente la poeta advierte al lector de un territorio firme con la frase que se repite, se reformula, como una clave: “Con que entonces esto era la orilla”. Una orilla falsa, una orilla alucinada que cambia, como un espejismo sobre el agua.
La ilusión de una orilla en la consciencia de alguien que ha sido abandonado, de manera imprevista, a ese paisaje desolado: el mar, un confín de aislamiento.
la revelación
oculta bajo el agua
la distancia invisible
imposible
La mente, las palabras, la imaginación no dan descanso. La orilla transmuta se convierte en diferentes cosas-deseos-sueños de tierra firme o su equivalente emocional/psicológico:
Esto es la orilla
este querer ver en sus ojos
el despertar del mal sueño
O, tal vez, esto es la orilla:
Algo parecido al amor me nace
apenas roto.
Aunque seguro sea que:
(…) esto es la orilla
el agua me mira
me llama
se aleja
Estos poemas tuvieron la cualidad de cristalizarse en mi mente, llegar a solidificarse junto con la experiencia. Desde el primero momento que leí esa serie, esas “variaciones sobre la orilla”, nunca pude imaginar otra versión de los hechos: poemas escritos a partir del sueño, el mal sueño, o el deseo oscuro de experimentar el ahogarse.
Habiendo tenido yo mismo la experiencia extrema del ahogo puedo decir que esos poemas tienen mucho de esa sensación de “ya no puedo luchar más por permanecer en el superficie”… Ese ceder a la voluntad del agua, ese momento de extraña relajación en el abandonarse, en el creer que ya todo esfuerzo es inútil y entonces ceder al encanto del agua. Su propia lógica. Su propio mundo escondido. El Reino de Hades:
ocupando los espacios libres
(…)
Pero el tiempo parece detenido sobre el mar gris plateado
Un instante. Otro.
Siempre es igual.
(…)
una virgen
o una sirena
el agua sobre su cuerpo
sus ropas
la luz
Según algunos mitólogos, las sirenas son más configuraciones de la muerte que seres plenamente formados, conscientes. Pueden asimilarse a los arcanos del Tarot, como la manifestación de los peligros que acechan, o como la muerte decide presentarse frente a los ojos –y los oídos– del los navegantes que han errado el camino.
Esta sensación de extravío resulta palpable, incomoda en gran parte de los poemas.
Sin embargo, cuando se comienza a entrever la plena desesperanza de encontrar un camino que conduzca a una nueva orilla, algo sucede. Aparece un “él”.
Un “él” que produce cierta confusión: se trastocan los roles.
¿Él es el niño hecho hombre que atrapa a la poeta, perdida en las aguas que no encuentra la orilla?
¿O él es el marinero-lector cazado por la poeta-sirena que habitaba esas aguas profundas?
No parece ser tan importante la oposición sino lo que esta fusión de “él con ella” produce. Comienza una transformación, incómoda, psíquica, biológica, amorosa:
un monstruoyo
engendro
En la mutación la poeta encuentra la salvación –¿tierra firme? ¿la orilla?– como si la fusión romántica y sexual fuese, en parte, morir a una forma de existencia plenamente personal, ceder a la voluntad de ese otro cuerpo extraño para hallarse en un territorio nuevo, calmo, acogedor, trascendente. Como en la filosofía oriental, cuando se alcanza la plena conciencia de la vida, del existir, se vive de forma impersonal, total, un estado de unificación que se alcanza a través del amor sin condicionamientos.
enamorarse
“te amo, monstruo”
(…)
reproducción de la vida
lo vivo en mí
lo animal
La poeta le permite al lector respirar profundo, pisar otra vez el suelo firme. Ha terminado su trance de naufragio, su peligroso encantamiento con la muerte. El trayecto por momentos difícil, incómodo, como sucede siempre con la mejor poesía, ha sido al mismo espacio de placer y fuente de revelaciones.
El lector siente que ha emergido de la lectura con una mirada más aguda. La capacidad de ver más allá. Más allá, definitivamente: la orilla.
Pablo Müllner
viernes, 19 de junio de 2015
Ruben Sacchi reseña Relámpagos
No son rayos. no, de esos que parten la noche en dos, esos que fulminan o incendian. Son sólo esas luces que acompañan las tormentas, que preceden un rezongo. Son iluminaciones para que se pueda ver más claro en la cerrazón y sea uno el que decida si fulmina o lo incendia todo. En definitiva: son destellos de sana lucidez.
Si bien echa mano a una variedad de textos que no son de su autoría, lo hace en la forma de traducciones, y el material que aborda es absolutamente novedoso, muy poco difundido en nuestro entorno
literario.
Relámpagos es un libro dedicado al texto breve, pero no solamente incluye creaciones de otros también hay, en sus casi trescientas páginas, hermosos escritos nacidos de su pluma.
La temática es diversa, desde un emotivo relato donde mujeres chilenas preparan una bandera para reclamar por los presos políticos en Con retacitos de tela, hasta la hipocresía de la iglesia en La última tentación de Cristo, pasando por la denuncia del saqueo de piezas arqueológicas, en el poema Arrepiante.
Interesante propuesta que anticipa su correlato, ya que el subtítulo de Volumen 1 nos pone en la espera de su saga.
Por Rubén Sacchi.
jueves, 4 de junio de 2015
Viajera de Otoño * Gabriela Pedrotti
La bailarina
La bailarina de mi cajita de música
siempre bailaba
yo la abría y bailábamos
ella siempre tenía ganas
yo no.
A veces quería detenerla
y solo escuchar
la música
solo la música
y descansar el cuerpo.
Hoy me acordé de ella
le dije que se sentara conmigo
que no la voy a abrir
que la dejo libre
que haga lo que quiera
que ahora en la caja
estoy yo.
Tal vez,
me abra.
María Gabriela Pedrotti
María Gabriela Pedrotti es
Psicoanalista. Miembro de la Escuela Freudiana de Buenos Aires, en
donde actualmente dicta un seminario sobre los afectos.
Su gusto
por la escritura comenzó en la infancia, estos últimos años
decidió comenzar a circular con sus poesías también.
Le gustan
las letras en diferentes estados: inconscientes, reveladas,
escondidas, tímidas y desfachatadas.
Hoy va tomando cuerpo su
primer libro de poesía.
miércoles, 3 de junio de 2015
Viajera de otoño * Sofía Ciravegna
Hojas del piso
sonrojan
junto al viento
sonrojan
junto al viento
impetuoso
gris
casi transparente
gris
casi transparente
alborotado
puedo sentirlo
en el silencio musgo
penetrar los vidrios de la habitación
puedo sentirlo
en el silencio musgo
penetrar los vidrios de la habitación
y relamer con la punta de su
lengua
cada flor sobrante el otoño
puedo verlo
enfriar el aire de sabor amargo
garganta
succionando sus brillantes
dejándolas morir
titiritando
en ese rincón invisible y avejentado
donde me vislumbro desnuda
en cuclillas
reseca
enmudecida
diferente
mordida
transmutada
líquida
cada flor sobrante el otoño
puedo verlo
enfriar el aire de sabor amargo
garganta
succionando sus brillantes
dejándolas morir
titiritando
en ese rincón invisible y avejentado
donde me vislumbro desnuda
en cuclillas
reseca
enmudecida
diferente
mordida
transmutada
líquida
boca violeta
Sofía Ciravegna
Sofía
Ciravegna, Buenos Aires, abril de 1990. 25 años, Productora,
Bailarina y Fotógrafa.
Desde
el 2008 pertenece a los talleres Siempre de Viaje, Literatura en
progreso con Karina Macció y está en proceso de su primer libro de
poesía que se llamará "Sumergida".
Actualmente
trabaja en la "Nación Revista" como asistente y fotógrafa.
Es productora, asistente de dirección de la obra de teatro
"Surmenage". Y como bailarina, ensaya para una nueva obra
de teatro; es coreógrafa de la productora Shock Your Cocktail y
realiza shows para diferentes empresas de eventos.
Viajera de otoño * Gabriela Oyola
Imagen
de una ciudad
(frutal)
Caminar
despacio por las calles donde los gatos duermen largas siestas
durante el verano. Algunos son angostos pasajes, llenos de árboles
frutales, con un aroma profundo a moras . Hace muchos años las
cortaba de unos enormes árboles, no era sólo un dibujo de las moras
cortándolas en ramillete.
A
veces la verdad no lo parece.
La
hojas son delgadas, el verde es profundo, las moras se amontonan en
un árbol inmenso que caen cuando el viento zonda empieza su trabajo.
Ahí, al ras del suelo junté más de una. Uní el morado de las
moras con el rosado de mis dedos.
Ser
una fruta más al costado de una calle de provincia.
Tomar
la bicicleta, subir atrás de acompañante, buscando lugares que no
terminan en una calle, descansando de a ratos cuando el calor derrite
las moras y el jugo cae en la tierra para saltar a las viñas con el
viento justo.
Ser
una uva más al costado de una finca, con una casa de adobe que
apenas tiene una agujero de ventana.
Podría
ser una pintura local pero es un poema de una pintura local.
Mañanas
frías para cruzar el parque tan temprano, otro invierno de olores.
Pequeños. Un brasero al costado de una ventana con olor a pan
caliente, amasado a veces con tristezas, del camino. Sobre un fondo
verde y marrón, con el sol más grande del lugar que no se achica
con los días.
Crecer
al costado de una vida de provincia, en el medio de una vida local,
por encima de las luces de una ciudad. En la noche con una luna
triste, en el día con el sol mayor.
Crecer
con el poema a cuestas.
Gabriela Oyola
Gabriela Oyola se
formó en la carrera de artes combinadas en la UBA. Hizo y hace un
poco de todo: audiovisual, producción, investigación, crítica. No
olvida que en su costado más informal le encanta peinar para cine o
publicidad. Se considera una paseante de la vida, le encanta e
investiga sobre el cine clásico argentino de la década del 50´. No
le gusta la docencia pero sí el trabajo en equipo. Ha presentado
trabajos de video- poesía para distintos festivales y realizó una
muestra de video-poesía e instalación “íntima”. En breve
presentará su primer libro Imagen de una ciudad por Viajera
Editorial.
martes, 2 de junio de 2015
Viajera de Otoño * Daniel Cáseres
La búsqueda
Estamos
buscando algo sin nombre.
Como si el universo
fuera un pajar
un inmenso pajar perdido
en una aguja.
Buscamos una virtud que
brille en mitad del vicio
para evitar que el tiempo
desangre y devore lo inocente
como una oruga obesa
implacable
mórbida.
Hoy estás acá, pero no
siempre.
A veces no sos lo que
quisieras.
Respirás por debajo
de la capacidad de tus
pulmones.
Sos una
caricia venenosa que se hiere a sí misma.
Entonces asisto a tu
martirio autografiado
como si fueras un
atardecer sanguíneo.
No quiero que pienses que
voy a permanecer impasible
frente al daño que te
hacés con las palabras
esas serpientes blancas
escondidas como flechas en
la niebla.
el vocablo preciso
la soledad a cuestas
el reclamo inconcluso.
Yo también estoy
desesperado.
Arrastro el cuerpo sobre
púas de trincheras embarradas
y no sé dónde
queda el norte o el sur.
Por eso sentís que ya no
sabés quién soy. Porque me ausento. Porque no voy a estar acá
el día de tu muerte, a
menos que nos encuentre abrazados.
Dejame pasar. Quiero
entrar. Te lo pido.
O quizás querrías dejar
en una taza escondida en tu alacena de jarrones y búhos
tu marca labial
para que yo la reconozca
y así emprender
un viaje de regreso en peldaños sutiles
volver a enamorarnos con
señales y ojos adolescentes.
Yo dejaría una rosa
sobre la cama. Una rosa roja sobre la cama tendida
pero no sé si
quisieras permanecer conmigo en esa tierra que abandonamos hace
tanto.
Aquella
noche, cuando el reloj estalló y las sábanas se
humedecieron hasta escurrir
y el gemido continuo
despertó a la gata y a los seres inanimados de la casa
a cada búho de cerámica,
los jarrones y los espejos
las sillas, las mesas, los
cuadros y hasta los artefactos del baño
tampoco ahí, ninguno
de los dos
dijo te amo.
Estoy cansado de
pelear con tu lengua.
Que al lanzar
las palabras al aire
signifiquen tantas
cosas diferentes
como si no fueras, acaso
la otra cara de una
misma moneda.
La cara
que abre la boca y canta
y habla
y llora
esperando, como yo, un
silencio.
Estamos cayendo.
Estamos cayendo por un túnel húmedo.
El agua putrefacta
permanece bendecida
por algunos peces
pequeños.
Una ballena pasa de a
ratos y engulle el krill de la angustia.
Eso me esperanza.
A veces la gata pregunta
por mí.
Le contestás que estoy al
caer, pero no quiero hacerlo sobre vos
como un náufrago que te
hunde para salvarse.
Ni mezclar tu voz con la
mía con tal de no oírte.
Por eso pongo en la orilla
la débil luz de una lámpara de agua
como si fuera una estrella
que viaja.
Ese cometa merecería
tocarte.
Merecería partir tu
corazón en dos mitades perfectas, lustrosas
una a cada lado de la
historia.
Los recuerdos son
pies que no caminan pero aplastan
tampoco esperan que estés
menos sensible.
Me cansé de pedirte que
no me buscaras en el tarot.
Que me preguntes a mí
dónde estoy
¿te acordás?
Ya no sé donde estoy.
Creo que me perdí en
alguna bocanada de humo.
Me cansé de pedirte que
no fumés después del amor
es el momento de abrazar
al otro
y proyectar el futuro. El
momento más débil y sagrado.
Pero no voy a hacerte
reproches. Prefiero seguir buscando algo imposible de mirar.
Una gorgona de cabellos
horrendos que me haga salir corriendo a buscarte
donde todavía no hayas
llegado.
O quizás un palacio de
columnas jónicas blanquísimas
un patio de mármol a
cielo abierto
donde me veas y recuerdes
cuando andábamos unidos por el centro de los cuerpos.
Pero no sé. La tarde se
fue. La gata maúlla y vos no le prestás atención.
Sabés que ella ve y
conoce las cosas como yo.
Aunque ahora no hay
ceniceros esparcidos por la casa
quizás es señal de que
algo está cambiando un poco.
Hoy arreglé la canilla
que perdía. No fue sencillo.
El vástago no se consigue
tuve que hacer que
tornearan uno nuevo.
En el fondo conozco tu
respuesta a mis pequeños esfuerzos.
Nada alcanza para rearmar
los pedazos de lo que rompió el agua.
Tiendo la mano y no te
encuentro.
Y siento el alma flotar
entre los desechos.
Te pierdo y nos perdemos.
Te pierdo y nos
perdemos
te pierdo
y nos perdemos.
Daniel Cáseres. (Intervención de un poema de Susana Villalba).
Es
analista de sistemas. Trabaja en el área comercial de una empresa de
productos de consumo masivo.
También
es catequista y coordina grupos de formación espiritual para jóvenes
y adultos.
En
el año 2012 su poema “Las Luciérnagas” salió publicado en la
antología Detrás de la Palabra, compilado por César Melis de
editorial Dunken. Esto último le dio el empuje necesario para buscar
un espacio de literatura en donde desarrollar técnicas de escritura.
Fue así como se encontró con Siempre de Viaje Literatura en
Progreso, taller al que concurre desde ese mismo año. Ha leído en
varios eventos literarios organizados por Karina Macció. Su primer
libro de poemas se encuentra casi terminado.
lunes, 1 de junio de 2015
Alvaro Luquin reseña Materna
"Materna": hacia donde fuga el paisaje (por Álvaro Luquín).
Hazlo nuevo, dijo Ezra Pound…
Estoy cansado de estar muerto y ser, Juan Eduardo Cirlot…
Siempre me he preguntado, ¿a dónde fugan esas negras esferas que aparecen cuando olvido acontecimientos y personas? ¿A dónde fuga el tiempo cuando, separado de sus goznes, nos arrastra hacia donde todo se redefine en su ruina?
Materna me hizo pensar en el ángulo que se abre hasta ser casi imperceptible. Un ángulo cuyo grado va más allá de la medición y se desvanece “en el giro probatorio de los días” y se convierte en el “punctum” donde la memoria deviene en un sueño ajeno.
Dice Clement Rosset que un objeto es el doble de un objeto real imposible de aprehender, de concebir (a falta de modelo), por lo que me pregunto, ¿en qué punto se sitúa Ignacio Uranga para manifestar esa especie de antepalabra tan precisa en su construcción?
“Lírico e iluso, lo reconozco, de refucilos
corte psicotrópico y suspenso, acaso: un
fondo, extraño, de signos personales que
háblenme y convocan (…)”
Cuando intento escribir sobre un libro, siempre (inconscientemente), me formulo preguntas y respuestas a mí mismo, al escritor, al fragmento, sea como sea, intento avanzar sin esperanza pero al mismo tiempo sin miedo, cosa que es y a la vez no es posible en este libro. Existe el temor de hundirme como la “aristotélica Ophelia”, porque al leer Materna, recuerdo que todo es sorpresivo y a la vez conocido, como las caderas del amor se desvanecen al contacto de la amada y se transforman en el sino de la angustia.
Tubos clínicos, suero, gotas de sangre, rojo fuego, fucsia, bronce y mármol negro.
Ophelia sobre el río de sábanas blancas, sobre el negro del cáncer, sobre lo irremediable de su materia. La madre detenida, voltea en sueños y tranquila deviene en Ignacio para avecindarse en un Stalingrado de magnolias; luego se desplaza a Kentucky, California, Tenesse o Manhattan como “inquina y duelo defogonazo (…)” en una lengua anglosajona no hablada.
Muchas veces la oscuridad, el hermetismo, hace que el lector se quede un paso atrás o adelante del sentido; en Materna no es así y a la vez lo es. Hay una construcción donde el lenguaje es amasado hasta que cada punto cambia de extremo; permutaciones meditadas, claras, precisas; no existe afán de sorprender ni de abusar del método, porque no hay método alguno: “urdimos algo que decir, cuando jamás pensamos qué y dijimos demasiado”; como Trakl George en Grodek, arrasado en nervios se desploma entre atardeceres, hastiado, feroz, afectado por las experiencias monótonas de otoño, aún sigue sostenido de la intermitencia , como lenta escritura deshojando espejismos de algún roble.
¿Será preciso hablar de esperanza, cuando todo por ser inconsecuente pasa y roza las fronteras de un Lower Manhattan, de un cruel Abril donde StearnThomas, en los cuidados intensivos de Ophelia y Clara, disputa el significado o la finalidad del alcance de su escritura? Hay algo o más bien nada, cuando uno se hunde hasta las profundidades para emerger con los ojos inyectados de sangre a descubrir que todo sigue igual, que la memoria no pesa en los acontecimientos y al final no le queda de otra que rogar a Bennu, el egipcio, al antiguo Bennu egipcio: “donde acaso fueres: seas en mí, sé en mí”.
http://www.lagallaciencia.com/2015/05/materna-de-ignacio-uranga-por-alvaro.html
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