El primer libro de este autor novel que oculta su nombre en su imaginación y del que sólo se conocen oficio y estado civil es una verdadera piña en la sien: convivencia de poesía, prosa y teatro, sus textos son una voz que a veces etérea y otras sólida se pregunta por la existencia.
Por Nicolás Alonso
Buenos Aires, marzo 14 (Agencia NAN-2011).- Mana invita a la fantasía, a la magia, a la alquimia literaria por la cual un libro puede convertir a su autor en personaje. Mana es un suceso, “ocurre en la intersección” entre un seudónimo que vela su identidad, que la diluye, y un heterónimo, al estilo de Fernando Pessoa, que funda una de la nada. Este seudónimo (si se opta por esta caracterización) toma su entidad, su razón de ser, de herpes (Viajera Editorial), el primer libro de este novel y talentoso escritor que oculta su nombre para confundirlo con los personajes de su propia imaginación. Sólo se sabe su oficio: redactor publicitario al que “nunca le llegó la época de la purpurina”, y su estado civil: “formalmente soltero, realmente suelto”.
herpes funciona como una lengua multiforme que hace de las palabras (esas que usamos para conversar, para realizar transacciones de negocios o para enamorar a una chica) armas que se vuelven contra el propio lector, e incluso (se intuye) contra el propio escritor. herpes mina el lenguaje, el ambiente y todos los objetos cotidianos, configurando un Buenos Aires que se enrarece en la mirada particular del narrador. En “Hoy no me prepares el almuerzo de mañana”, Mana describe la crisis existencial del hombre asediado por la opresión de un Tupperware, con desenlace trágico (“Si hubieses cooperado [...] Si me hubieses entendido”).
Este libro de tapa roja rabiosa y título en minúscula es un golpe inesperado que se expresa en diferentes facetas ante la imposibilidad de pronunciarse. Es un decir profundo, un decir que cala hondo, que atraviesa el cuerpo del lector cual personaje fantasmagórico. Unas veces se planta y mira de frente, cara a cara, con la extrañación de saberse entrando a un mundo que quizás no pueda dominar. Como en el relato “La Anticuaria”, ese lugar imposible donde lo conocido, lo normal (eso de todos los días) asume un halo de extrañeza que roza lo siniestro. Este ser irónico, en conflicto con su mundo, que de a ratos pareciera no asumir sus condiciones de existencia, llega hasta el lugar (la Casa de Antigüedades) a través de la indicación de “el Astro”, una suerte de amigo/alter ego del protagonista: “929. Fendase. Mano derecha. Tercer local. Así decía la tarjeta. La misma que el Astro me entregó ayer a la noche. La misma que si no hubiese tenido la pesadilla que tuve”. Otras veces esta voz llega desde otro lado, con historias o fragmentos de amor imposible. Como en “La helada pasó y quedamos en pie”, “Sin mediar con tus 140 teclas, o mejor dicho, tu código digital”, o en “La media sombra te dio ceguera”.
Lengua multiforme, o lengua imposible. Eso es, quizás, el nudo de herpes. Teatro, prosa, poesía. No es mixtura, no, tampoco un experimento, una alquimia de diferentes estilos licuados bajo un nombre común (herpes). Es una voz, por momentos etérea: entretejiendo mundos, hilvanando atmósferas siempre viciadas por la incomunicación, la soledad y la tristeza disfrazada de humor irónico. Por otros, sólida, clara y tangible. Logra el efecto de una trompada en la sien (“no hay billete que valga tanto/ para bancar esta convivencia).
De alguna manera, herpes es una lengua imposible, un intento desesperado por encontrar la forma de decir aquello para lo que aún no se crearon las palabras correctas. Es una voz que, como todas, nunca puede encontrar la palabra que la colme, que la llene, que la totalice. La voz en herpes sólo intenta decir, no experimentar con la poesía, la prosa o el teatro. Sólo pronuncia, sólo dice sin atender a las fronteras que los géneros o las categorías imponen. herpes pasa, dejándo al lector anonadado como por un golpe inesperado. Contaminado, perturbado, “ahora los estigmas/ -colonizado/ dermis, poros y lunas-/ son evidentes”.
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