La "malapalabra" no es una, son todas las palabras. Es
la "bolsa de gatos" de la lengua, que incluye todo lo que decimos,
sentimos, pensamos (todo lo que somos).
Cecilia
Maugeri nos da un hilo fuerte y brillante, hecho de letras que laten,
fluyen, (nos) llevan. Estos poemas persiguen, a través de la
indagación íntima, del re-planteo radical del ser y el hacer, de la
dolorosa comprobación de que vivir y decir son muy diferentes, la leve
esperanza de que la palabra poética sea capaz de mutar, y entonces
adquiera sentido. Seguro, dulce, sorpresivo, el ritmo de cada poema se
impone, como oleadas variadas y constantes que van envolviendo, que
atraen hacia el fondo (el fondo de sí, de todo).
"hacerme nervadura
brotar
quedar hecha torrente de palabras
latiendo, golpeando
reluciendo
sin poder evitarlo
sin poder
negar
arrepentirse
volver atrás
o esconderse
porque ya está
ya lo dije
y ahora es
en mi cuerpo
la palabra verdad"
En malapalabra,
la lengua se resiste a nombrar, se pelea con sus límites en las
representaciones y se hace material maleable, músculo de lo literario.
Entre
los discursos interrumpidos, los juegos de ritmo, la voz se arriesga a
sugerir más que a decir. La unión de los poemas genera cierto
misterio por las series que nos presenta "palabra mala", "contra la
pared" y "bajo techo" son los tres grupos en los que se unifican los
poemas. El espacio se torna refugio de los versos, como si hubiera que
protegerlos del referente externo, ese mundo otro, que sólo ingresa por
las hendijas.
La
pregunta que surge, tal vez, es cómo acercarse a un poeta que recién
comienza a publicar. El problema es pensar en la publicación los
orígenes del poeta cuando ellos se encuentran, en rigor de verdad,
antes en la voz que en el libro como objeto.
Reseña publicada en La Máquina del Teimpo