16.
Ando con el cuerpo roto, estremecido, me duele cada músculo, me duele la cabeza como después de una borrachera terrible. Brutal, vos dirías? Ahora el terrible tiene un matiz un poco más oscuro, todavía no sé cómo definirlo. Cuando el cuerpo me duele físicamente me gusta. Solía correr en resistencia, puedo llegar al punto del calambre y volver, que lata lata lata cada miembro de mí, abandonar las ideas y solo sentir: el cuerpo es todo, mi campo de batalla y placer, sostén del viaje, difusor de sensación. Cada estímulo el gran desplazamiento. Volver a mí por vos, a través de tu mano o de tu boca, puente o túnel, sin palabras, la comunicación del respirar, gemir, sintonizar, aullar.
Te dedico este dolor físico brutal que se abre en sonrisas orgánicas, naranjas, celulares.
17.
No me alcanza un minuto, ni una hora, ni un siglo. El tiempo no sirve. Lo lineal me rebela, me escandaliza, qué es andar en línea recta, cómo, no sé, no es verdad, una imposición de calendario, unos números que alguien inventó. Yo digo que existe un "minuto" infinito y es nuestro, que nos incendiamos de amor y el fuego nos reinventa, y somos nuevos, lustrosos, pelaje suave y tupido, animales felices. Que nos revolcamos jugando, nos preguntamos creando. Que tramamos letras mágicas como hechizos, que es posible, que se vive en espiral, que hoy siento más que a los 18 y este cuerpo es para explorar. Se abre inevitable, te recibe, nos encontramos. No hay tiempo que valga, solo un espacio azorado, atónito por nuestra presencia de fuego, de lenguas que hacen remolino y se alientan, que conjugan verbos que chocaron y se fundieron cuando nos tocamos. La traducción de lo íntimo es mirarse largamente y hacer un puente, un hilo invisible que nos conecta no importa dónde ni cuándo. Si vos tirás, ahí estoy. Resguardo para siempre.
Karina Macció, 2014.
Del libro Dedicatorias.
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