Abro la puerta, y por alguna razón
me siento bien solo con ese acto.
Quiero ver el cielo a lo lejos:
detrás de los árboles y sus nervaduras.
Quiero unas paredes confundidas en
vidrio: las imagino moviéndose.
Quiero a la ciudad diminuta: tan
relativa como yo pueda.
Lo intuyo antes de entrar, y cuando
lo hago no me sorprendo.
Ahí está todo.
La cerámica extendida y su frío
la luz corrediza del oeste
los pasillos conectados sin
principio
los objetos en el aire
fluyendo.
Camino tres pasos
y en el centro cierro los ojos.
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