lunes, 16 de enero de 2012

Sobre "Bengala Hotel" de Eugenia Coiro


VIAJERA VICEVERSA
un autor lee a otro y viceversa

En esta entrega les presentamos a Belara Michán, autora de cuerpoadentro,
leyendo Bengala Hotel de Eugenia Coiro.

Bengala Hotel: Donde llegan las palabras, para quedarse, para irse 

La primera habitación de Bengala Hotel está llena de calor, agobio, ganas de echar culpas afuera y esconderse. Pero hay un deseo que se impone y sobrevuela como cucarachas en el aire: las ganas de escribir. Aún cuando no se tenga nada que decir, o justamente, porque las nuevas ideas se han perdido, hay que volver a ovillar, desovillar, sumergirse en esta incómoda pero ansiada y necesaria tarea. Para eso hay que mirar las palabras (cualquiera sea) desde adentro, para que aparezcan las imágenes y los descubrimientos (como aquel de “Con el palito hurgando”). También así van surgiendo reflexiones sobre la lengua y la escritura. Si ser poeta y pensador al mismo tiempo, como se propone con astucia en “[Deshacerse de las palabras]”, es una obscenidad, entonces éste es un hotel poco decente. Incluso hay cuartos especialmente reservados para los amantes cuestionadores de la lengua. Estos cuartos/poemas aparecen al principio, a la mitad y al final del libro. Evidentemente esta “obscenidad” está al acecho y aunque se la pretenda enmarcar bajo corchetes, se escapa como el Pájaro queriendo entrar en el ombligo de la niña. Escribir en Bengala Hotel no es cómodo, cansa, supone mirar mucho las palabras, usarlas para construir condenados castillos, laberintos. Pero sucede y atrae a los ojos que se arriman. Porque una vez inmersos, es difícil salir. Precisamos hurgar y descifrar qué esconden estos cuartos misteriosos, por momentos oscuros, mágicos, descentrados, divertidos, abrumadores. 

¿Me quedo o me voy?

Frente al abismo de la hoja en blanco, sentimiento que asfixia las ideas, Eugenia Coiro propone un método: el azar, tirar palabras al aire. Ella elige tres: Clavo/Bengala/Hotel. Confiesa que son difíciles. Sin embargo, ¿son poéticas o no? ¿Hay una medida para “lo poético””? El secreto tal vez está en la mezcla, en la combinación, en Meditar cada palabra como si fuese la última. Sin embargo, es probable que toda fórmula para aprehender las palabras fracase. Ellas parecen tener vida propia. Uno piensa que las elige, pero quizás sucede lo contrario. El poeta es víctima, es pinchado por las palabras que Son capaces de todo para ser elegidas. El poema “Pero si la vida” me recuerda a la famosa obra de los Ballet Rousses “La consagración de la primavera”, donde en líneas generales se elige a una virgen para ser sacrificada en honor al regreso de la primavera. En el poema de Eugenia sucede algo similar pero inverso: las palabras hacen ronda en torno al sujeto poético intentando ser seleccionadas. Quien se queda vivo pero preso es el poeta, que debe subsistir a las crueldades de las palabras. Escribir es correr riesgos. Es un acto de valentía, de desocultamiento, aunque sea difícil precisar qué es lo que no se quiere ver, qué se resiste a ser escuchado. Pero no es solo animarme. Hay que trabajar. Y ahora sí la frase que borro del espejo: “trabajar cansa” (…) Cuando pienso en eso/me quiero ir]

¿Y a dónde?

Este texto/hotel está lleno de pasillos que nos conducen a distintas habitaciones (todas fascinantes y diferentes). Algunas de ellas nos permiten indagar el estado (mental, emocional y corporal) entre querer permanecer y salirse de sus cuartos; como así también la necesidad de escribir y sentir que es imposible hacerlo. Eugenia Coiro decide quedarse y se anima a nombrar esas bolas que la acechan, que es una y son muchas a la vez. ¿Y qué mejor evidencia de esto que los mismos poemas? Además de permanecer, la poeta se mancha el vestido, se pincha el clavo y vomita una literatura  que, sabe, puede desembocar en cualquier canal. Porque hay A veces, y A veces no. Bengala Hotel construye un espacio de tierra movediza donde no podemos definir dónde estamos y a dónde llegaremos, porque somos duros y de pronto reímos, o somos grises y de pronto cantamos. Sin embargo hay un terreno, al fondo del pozo/en el espacio tibio y líquido del cuerpo, donde algo está en gestación, creciendo, multiplicándose, y hay que dejarlo ser, dejarlo salir:

no es solemnidad
ni tragedia
no es el fruto del amor
y hay que abrir la boca
dejarlo salir
volar
abrir las piernas
o la cabeza
abrir los ojos
abrir
y soltar







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