La nueva novela de Diego Recalde
En tu novela
anterior, Tenemos un problema Ernesto, Ernesto se levanta sin pene. En
ésta, que llama La meta de Gregorio, Gregorio se levanta convertido
luego de un sueño intranquilo en Franz Kafka. ¿Por elegís empezar tus
novelas mostrando el conflicto de entrada?
Para
atrapar al lector. Creo en los comienzos que van directo al mentón. Es
la carnada más eficaz para que el que lector muerda el anzuelo. Además,
soy partidario de que en el primer párrafo, esté sintetizada la
historia. Éste es un criterio que intento aplicar a todo lo que hago
artísticamente. Tanto en literatura como en cine.
Contémosle
a la gente por qué se levanta convertido en Franz Kafka. Gregorio se
levanta convertido en Franz Kafka porque se la pasa imitándolo. Y tanto
se pasó de rosca imitándolo que un día se levantó convertido
literalmente en él. Pero aclaremos que se levanta convertido en una
caricatura de Franz Kafka.
Exactamente.
Se levanta convertido en una caricatura porque es una mala copia de
Kafka. Una burda imitación. Aunque imitación y burdo deberían ser
sinónimos. Las imitaciones suelen ser caricaturas borrosas que se
parecen a uno de esos apuntes de la facultad, que apenas pueden leerse
porque son copia de una copia de una copia…
¿Por
qué Gregorio recién empieza a tomar conciencia de que es un burdo
imitador de Kafka cuando amanece convertido en él y no antes?
Porque
ahí es cuando tocó fondo. Cuando Gregorio pasa a ser una caricatura,
para sus ojos efectivamente dejó de ser él. Y entonces, no le queda otra
que admitir que no está haciendo las cosas bien. Mientras no toquemos
fondo, uno puede recurrir al autoengaño y demás artilugios que resultan
efectivos a la hora de escaparle a la verdad. Pero cuando llegamos a un
calle sin salida, ahí ya no hay autoengaño que valga.
¿Por qué te parece tan terrible no tener personalidad?
Porque detrás
de una despersonalización, lo que hay es un desprecio a uno mismo.
Cuando una persona renuncia a ser quién es para imitar a otro, está
demostrando que no se quiere. Que se desprecia. Que le hubiese gustado
ser ese otro al que tanto admira. Y yo creo que ése es uno de los peores
castigos que una persona puede tener en vida. No aceptarse. No
quererse...
Aparte
se da otro agravante. Como bien señalás en la novela, cuando uno
idealiza a una persona, la convierte en una suerte de Dios a la que
sigue fanáticamente.
Exactamente.
Por eso hay que evitar caer en idealizaciones. Es mi antídoto contra
los absolutos. Yo le escapo deliberadamente a las religiones. Nunca
me interesaron las Biblias. La religión despersonaliza. Uno tiene que
construir a partir de sus experiencias personales, su propia mitología,
su propio punto de vista. Y no andar incorporando una manera de ver el
mundo que no ha sido pensada ni procesada por uno.
Pero uno está hecho de influencias.
Claro. Pero una cosa es dejarse influenciar y procesar lo que uno ve, y otra muy distinta es ser solamente una influencia.
¿Te basaste en la estructura original de la nouvelle La metamorfosis para que esa falta de personalidad se notara más?
Exactamente.
Es una inversión que denuncia también desde lo formal que Gregorio no
tiene personalidad. Al fin de cuentas yo de lo que quiero hablar es de
un aspirante a escritor que no tiene ni vida propia ni historias
propias. Y me gusta que esto se pueda contar también desde lo formal.
¿O sea que lo mejor que le puede pasar a una persona es ser uno mismo?
Exactamente. Lo más sano que puede hacer uno es hinchar por uno mismo. Yo,
antes que nada, hincho por mí. Soy diegorecaldista. Pero aclaro. Hincho
por mí pero no todo el tiempo. Porque soy neurótico. No psicótico.
¿Y Gregorio finalmente consigue ser él? ¿La novela tiene un final feliz?
Eso preferiría que lo descubran los lectores.
Diario de la U
18 de marzo de 2013
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