La librería Eterna Cadencia publicó en su blog las palabras de Cecilia Maugeri sobre Sueño con África de Alain Lawo-Sukam.
No puedo pensar en el poeta y no ver en él al traductor. El poema trabaja con la palabra en primer plano, mostrando al mismo tiempo un límite en la representación: ¿hasta dónde es posible expresar una imagen? ¿Hasta dónde podemos comunicarla? Siempre hay una traducción interna cuando escribimos, un leve pasaje por el abismo del decir: transformar mi imagen en una palabra de nuestro idioma. Algo se pierde, algo se gana, y no quedamos igual. El poeta escribe con la conciencia de estar siempre traduciendo, porque sabe que cada palabra, como dice Alejandra Pizarnik, dice lo que dice, y además más y otra cosa.
La palabra “traducir” viene del latín “traducere”, que significa “conducir al otro lado, pasar”. En cada acepción de la palabra castellana se inscribe la idea de pasaje: pasar de una lengua a otra, de una frase a una versión nueva, de una idea o sentimiento a una expresión verbal, de una acción o gesto a una interpretación, de un acto a sus consecuencias. En cada uno de los sentidos hay una razón de ser de la literatura y en todos está presente la búsqueda de Sueño con África.
Los poemas de Alain Lawo-Sukam surgieron en español, después de un largo recorrido lingüístico: del bangwa al francés, del francés al inglés y recién ahí al español. En cada estación la imagen se va impregnando de formas de decir, de modo tal que el poema no puede más que ser una expresión “cosmopolita”, a la manera de Julia Kristeva:
Nuestro traductor, a pesar de su falsa modestia, es un espíritu abierto que sueña con la amplitud mental de todos y también un profeta que anuncia y construye con entusiasmo la utopía del paraíso cosmopolita.
Entiendo que esta cita nos lleva a un terreno polémico: ¿cómo un escritor africano, que habla de la diáspora y el exilio como experiencia obligada del margen instaurado por el imperialismo, puede ser cosmopolita? Alain escribe desde tres lenguas conquistadoras, o podría decir, mejor, usa tres lenguas extranjeras que pueden recibir un mensaje que necesita multiplicarse: todos tenemos una historia en común, un canto original que podemos escuchar. Las tres lenguas son el traje que el poeta necesita para presentarse ante un público diverso, amplio y –por qué no– universal, el canal para una voz que se expresa y hace suyas las palabras más distantes, dejando una huella, una nueva sonoridad que evidencia su visita.
Desde el exilio, desde esa utopía cosmopolita, Alain traza una línea de pasos hacia atrás, buscando el momento antiguo en el que todos éramos hermanos africanos. África es la semilla del “paraíso cosmopolita”. Alain propone el sueño de África liberada, reconocida, mirada, querida. El sueño de la vuelta a casa. Desde ese lugar onírico, Alain pide al griot, el trovador, poeta, músico e historiador oral africano, que le preste su musa. Hay en ese pedido una reverencia y el deseo de comenzar un camino de regreso buscando una voz que resuena desde hace siglos. El exilio queda lejos de la tierra, el lenguaje también. Hay que disfrazarse con las palabras castellanas, apoyarse en la estructura francesa y condensar todo con los giros ingleses para llegar al fin a pronunciar un canto que se impone creciendo por debajo de los versos, un ritmo que late auténtico aún en el lenguaje extranjero.
Son aquellas voces sin voz el cayado del poeta.
El silencio de la luna ilumina las olas de mis sueños
y busco el secreto del verso en la alegría de mi tierra.
Se trata de un gran coro de voces, el poeta va traduciendo el canto de distintos personajes: es el griot, el orador, el gallo, el sastre, el curandero, el borracho, los guerreros, los chicos de la calle, el campesino y el exiliado. Y al mismo tiempo que traduce, también dedica su voz al pueblo africano, a sus dioses y reyes, a las mujeres, a la historia de las conquistas, las guerras y la esclavitud, tejiendo con los sonidos de la kora, la sanza y el mvet, las palabras africanas y el murmullo de las lenguas extranjeras una melodía que expresa el duelo por las pérdidas y el sufrimiento de África, y el festejo de su riqueza y poder de transformación.
El lugar del traductor, entonces, no resulta cosmopolita solamente en el sentido de “ciudadano del mundo”. No se trata de que todos los lugares sean la patria (o mejor dicho, la “matria”, la tierra, la casa) sino de que el cuerpo y la voz lleven a la patria consigo. El viaje no se da solamente en el espacio: el tiempo resulta fundamental. La traducción como tarea nos lleva a encontrarnos con el origen de las palabras, el basamento, el lugar donde cada lengua es una sutileza, una leve variación de nuestra necesidad más primitiva de comunicarnos. Este contacto no se da naturalmente en el uso cotidiano que hacemos de nuestra lengua. Es preciso emprender el viaje para descubrirlo. Yves Bonnefoy plantea una pregunta fundamental que surge de la traducción de poesía:
¿Hay que pensar que el lugar donde nacimos, donde crecimos, sería lo que tenemos en nosotros de más íntimo, de más “real”, y en consecuencia la fuente, donde podemos volver a beber cuando alguno de nuestros afectos, de nuestros deseos, de nuestras convicciones se haya revelado luego como demasiado insuficiente o ilusorio?
Podemos pensar que sí, como dice Rilke, la infancia es esa riqueza preciosa, regia, el tesoro de los recuerdos. Pero Bonnefoy va más allá: es una fuente para beber cuando tenemos sed de sentido genuino. Alain Lawo-Sukam percibe a través de los poemas lo ilusorio de la felicidad en la vida del exiliado y encuentra en las palabras un puente para reunirse con lo esencial: la madre, la tierra, el origen.
Sueño con África es una invitación a beber de las fuentes y a recordar que para la tierra, todos somos hermanos, blancos y negros por igual, todos venimos de África:
Soy lo que soy
un africano como tú
no me cierres la puerta, hermano
no me cierres tu corazón, hermana.
Despiértate, África. Despiértate, poeta. Despiértate, lector.
Solo la poesía puede conjurar las palabras mágicas para volver a casa.
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