sábado, 19 de julio de 2014

Poesía herida - Reseña de Pasos que se alejan

PASOS QUE SE ALEJAN 
antología poética 1978-2013
Fernando Ortiz
Por José de María Romero Barea

En el soneto “Franz Kafka” (p. 161), incluido en la antología Pasos que se alejan (Editorial Viajera, 2014),Fernando Ortiz imagina al autor checo a orillas del Moldava, hablando con su amigo Gustav Janouch sobre “una vieja Praga que se esfuma y se esconde”; sobre la enfermedad, “una prueba, una fuente para que el hombre ahonde/ a fondo en su interior hasta llegar adonde/ la desdicha le enseñe la verdad promisoria”. Kafka se queja de que “ya no hay buenos ni malos sino hombres sonámbulos/ sin libertad, aislados, sin esperanza alguna”. Los “funámbulos” provocan disturbios y denuncian el abuso, “ladran a la luna” en vez de dedicarse a “Dios y la poesía”. El soneto retoma la vieja polémica entre canon y divergencia, degeneración y costumbre. El poema es advertencia del degradado mundo en que vivimos.
Los poemas de Fernando Ortiz (Sevilla, 1947-2014) son, en esencia, defensa de la función terapéutica y social de la poesía. En otro poema de la colección, “23 de febrero de 1810” (p. 43), Blanco White abandona el puerto de Cádiz en el barco “Lord Howard”, rumbo a Inglaterra. A través de una secuencia no lineal, de cortes repentinos, Blanco White describe la escena: “Blancas de cal las casas que en el alba se alejan. / Un tibio sol de invierno va atemperando el aire. / Desde el mar los tejados menos blancos parecen”. Pronto la narración se ocupa del discurrir del intelectual que se dirige al exilio: “Temo la soledad. Y la melancolía/ me invade…”. El tono del poema es controlado, está escrito con una prosodia tradicional. Y sin embargo, asistimos a una angustia profunda, de raíz personal y sobre todo cultural: “Si miro al mar veo sólo mi presente inestable, / precario, tornadizo…”. El agua es símbolo de distancia. El barco avanza al igual que los versos, “sigue seguro su camino”. El viento “ajeno y libre/ despeina mis cabellos, acaricia mi cara, / templando mi inquietud ante el vasto horizonte.” El poema que Blanco White escribe en el aire es tentativa de ordenar el mundo, de hacer que las cosas sean, o al menos parezcan, coherentes: “Amo la libertad. Mi amada no es fácil”.
Los poemas de Pasos que se alejan retan y reemplazan a la tradicional voz lírica. Los monólogos dramáticos se suceden en polifonía de oradores. Los restos de Juan de Arguijo, el “Caballero veinticuatro” (p. 55), no por casualidad descansan cerca de la tumba de Bécquer, “ante la que tantas veces meditó Cernuda”. El final del poema es un guiño cómplice a los tres poetas sevillanos: “¿Dónde va el caballero/ con paso que se alza sobre el gris de las horas?/ Allá, allá lejos; / donde no existe el olvido”. En “Oda al regreso del rey don Sebastián” (p. 66), Pessoa vaga por Lisboa como por un museo, “entre berninescos carruajes de embajadores, nuncios, reyes, / príncipes e infantinas”. La composición, de ritmo sincopado, nos muestra al portugués “vestido de negro como el Rey que Dios guarde, / sosteniendo entre sus dedos, fumador empedernido, / un cigarrillo que se consume como sus recuerdos”.
El poema “Signos vanos” (p. 87) se basa en y rompe en pedazos la alta cultura de la juventud cultivada de Ortiz: fragmentos de la mejor tradición francesa (“Swann pide un coche que le lleve al salón de Madame Verdurin”) y anglosajona (“el cónsul inglés Firmin ha salido de smoking”) se entremezclan con ecos de la cultura latina, sobre todo andaluza (“Luis Cernuda esperaba el acorde”) e italiana (“Eugenio Montale, no podrás ver (…) el amarillo de los limones que deshielan tu corazón”). Los poetas célebres conviven con los menos conocidos (“Ricardo Molina, bajo la pálida luz del moriles, escucha el trueno sombrío y sordo del flamenco”).
Su “Homenaje a Antonio Machado” (p. 110) es un recorrido por los principales hitos del poeta sevillano fallecido en Collioure. Ortiz nombra sus libros (Juan de Mairena), sus lugares (“Segovia, Soria y también Baeza”), sus versos más populares (“la plaza y los naranjos encendidos”, “ligero de equipaje”), e incluso los nombres de intelectuales y poetas amigos (Ortega, JRJ). El poema es, al mismo tiempo, una búsqueda de consuelo a través de la cultura; después de la enumeración sentimental, estalla la angustia con una línea tomada del propio Machado: “buscando a Dios entre la niebla siempre”. Ortiz sabe que Machado es ateo. La alusión a Dios, tan cerca de la alusión a la muerte (“Algún día también yo iré a Collioure”) sugiere la paz del agotamiento, en lugar de aceptación.
Fernando Ortiz obtuvo el Premio de Poesía Vicente Núñez (1991) y el José María Pemán (1989), además del Premio Andalucía de Periodismo (1978). Pasos que se alejan se ocupa de su obra poética (1978-2013) y ha sido editado por Marina Bianchi. La hispanista italiana ha escrito el estudio introductorio que delimita, enfoca e ilumina la colección. Los poemas incluyen notas que explican las partes de su estructura y el sistema que emplea el poeta sevillano, además de aclarar algunas de sus referencias más oscuras. La poesía de Ortiz es un intento por encontrar una manera nueva de escribir poesía, teniendo en cuenta la tradición. La verdad de sus poemas no siempre es agradable. Ortiz tiene un diagnóstico de su, de nuestra enfermedad, pero no está seguro de la receta. Tal vez por eso, Pasos que se alejan es una antología tan necesaria.

Sevilla 2014


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