Como en
un viejo disco de vinilo, la música tiene dos lados opuestos. Esa
música es el amor, donde “la voz es una partitura que se
puede/ reproducir/ y yo/ sólo dos/ tonos/ vivir morir”.
El lado
A, corresponde al fracaso, al desencanto del fracaso. Es todo
derrumbe y naufragio en el que cualquier madero proporciona la
sensación de sobrevida; esa tabla a la que se aferra es la
adolescencia, lugar mítico de felicidad, si los hay.
El lado B,
practica un ejercicio de reclamo y entrega, pide “decí sin
afilar/ la voz”, “como si vivir fuera un sentido/ (...)/
como si morir fuera una elección”. Muestra una imagen vampírica
de “este corazón amplificado”, desmesurado, al que hay que
acallar: “lo lleno de estacas y de cruces”.
Generosa obra
musical, obsequia un Bonus track, que aprovecha la minuciosa
deconstrucción de Keanu Reeves para adentrarse en cuestiones más
filosóficas, como la identidad “la muerte infinita de ser un
apellido todos los días” y la comprensión de que “nada
tiene un sentido sino un millón”, denunciando la cultura
light “pleno de ideales sin ideología”.
Un libro en dos
lenguas que se complementan, dos formas de comunicación que plantean
la necesidad de explorar otras maneras de decir, quizás sin la
palabra.
Rubén Sacchi
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