entreparentesis
No es
temprano, ni la mañana, ni me acabo de despertar. En realidad, es la
tardecita, y el aire tiene esa sensación de ficción que solo se
logra en estas horas. Pero el mate está igual, bien rico y amargo,
con un poco de jengibre, marcando el fluir del tiempo. Torta de
zanahoria, intercalando un mordisco, interrumpiendo.
Cuando me
desperté me prometí escribir, lo sentía, era el momento, y no
pude. Ahora lo hago, sí, pero más como una nostalgia de lo que
podría haber sido. Una repetición de lo que no fue.
¿No se
dio así todo mi día, acaso? ¿Porqué no pude escribir a la mañana,
por qué? ¿No habría sido todo definitivamente distinto?
Para ser
sinceros ni siquiera lo intenté. Dudé un instante, y me rendí a
ese gesto fatal. Como si supiera que estaba entrando,
irreversiblemente, a un escenario sin luces, y me sirviese de ello
para negarlo.
Lo cierto,
es que no puedo caer en la ingenuidad del efecto mariposa.
Precisamente, porque creo en ello, en el eslabón con alas, hasta tal
punto que yo, a veces, como ahora, me siento una. La mariposa del
cuento que no escribí. Viviendo el día a tientas, haciendo
exactamente cada una de las cosas que hice hoy, engañado. Esos
bichos solo viven un día, ¿sabés?
Por qué
no escribí a la mañana, por qué. Lo habría sabido. Necesité toda
la tarde, y ya pasó, el día ya pasó, y el tiempo no se repite,
nunca.
Al menos
ahora, con las luces apagándose de verdad, cierro el paréntesis que
abrí sin darme cuenta. Para que este que fui muera, y sea solo un
eslabón.
Axel Levin, Palabras que nos nombran.
Viajera, 2014.
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