Gregorio
estaba decidido a tener una compañera. Muy. Él, que de tanto leer a
Kafka se había levantado una mañana luego de un sueño intraquilo
convertido en Kafka, en una caricatura monstruosa de Franz Kafka,
necesitaba que a Milena, esa chica de la facultad de Letras que tanto
le gustaba, le pasara lo mismo que a él. Nada más que a ella con
Richard Bach porque Milena era fanática de Richard Bach. Sobre todo
de Juan Salvador Gaviota.
“Seríamos
la pareja perfecta”, pensó. “Irremediablemente, estaríamos
juntos. Para siempre”.
Incluso
recordó que en todas las películas de terror que había visto
cuando era chico, los monstruos tenían la costumbre de juntarse y
armar parejas entre sí. “En Frankenstein, el monstruo le pide a
Víctor su creador, que invente una mujer tan monstruosa como él,
para no sentirse solo en este mundo”.
Gregorio
estaba fascinado con esta opción. Y decidió engordar a Milena como
se engorda a una vaca. Con el objetivo de faenarla. Claro que en
lugar de darle pasto, había que darle otra cosa: libros. Libros de
Richard Bach, el autor favorito de Milena. Sobre todo los que todavía
no había leído.
Para
su sorpresa, cuando entró a Internet, descubrió que aparte de Juan
Salvador Gaviota, Richard Bach había escrito libros como Ilusiones,
Uno, Nada es azar, Ningún lugar está lejos, Al otro lado del
tiempo, Crónicas de los hurones, El puente hacia el infinito y
muchos más…
Gregorio
se preguntó si Milena podría leer tantos libros y tan rápidamente.
Porque él ahora tenía una urgencia. Construir ese monstruoso
vínculo lo más rápido posible. También se preguntó si se trataba
solamente de leer la obra completa del escritor que uno admira para
terminar siendo una burda copia del original. Gregorio sin saberlo,
empezó a sospechar que en la despersonalización entran en juego
también otras cosas, mecanismos más complejos; hace falta una
estructura psicológica muy endeble o en su defecto, una estructura
psicológica en construcción. Algo que nos sucede a casi todos en la
adolescencia. El problema es cuando estiramos esa etapa.
De
manera arbitraria, Gregorio decretó que Milena reunía uno de los
dos requisitos aunque no supo decidirse por cuál. Y así, convencido
de que convertirla al caricaturismo sería muy fácil, paseó la
flechita de su mouse sobre los libros que Richard Bach había escrito
y que alguien criminalmente había subido a la web.
No
lo pudo evitar, fue más fuerte que él. De repente, sintió un gran
respeto.
“Porque
será un escritor menor, como dicen en la facultad de Letras. Pero
escribió y publicó muchos libros. Digo, ¡hay que escribir y
publicar muchos libros! Y encima bastante gordos. Porque todos pasan
las doscientas páginas. Aparte, no sólo eso… ¡los libros que
escribió se vendieron muy bien! ¡Y hay que vender muy bien!”.
“Y
pensar que yo me burlo y lo subestimo…”.
“Cuando
tomo conciencia y veo el lugar donde está él y el lugar donde estoy
yo, me siento un pelotudo. Un pelotudo importante. Porque… desde
qué lugar me burlo de él, por favor… Si yo ni siquiera puedo
escribir algo que sea mío”.
“Qué
prejuicioso soy. Hay escritores que considero menores por el sólo
hecho de que son best sellers… Como si vender mucho y tener éxito
fuera sinónimo de escritor menor”.
Hizo
doble click en el iconito que decía Nada es azar y el libro se abrió
como un documento pdf. Quería ver cuál era el tipo de pasto con el
que pensaba engordar a Milena.
Lo
leyó muy por arriba. Como suelen leerse los libros en los concursos
literarios.
Diego Recalde, La Meta de Gregorio.
Viajera Editorial, 2012.
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