Luis Scafati |
Cuando más o menos pudo controlar el movimiento alocado de sus extremidades, empezó a pensar. A pensar en lo que le estaba pasando, porque... ¿Por qué le estaba pasando todo esto justamente a él?
“Ahora entiendo todo: soy la reencarnación de Franz Kafka. Al final tenía razón cuando decía que había muchas similitudes entre su vida y la mía”.
Una vez más, se le dio por comparar realidades disonantes que, al forzarlas demasiado, se volvían una misma cosa…
“Kafka nació un tres de julio y era de Cáncer. Yo también soy de Cáncer. Nací un nueve de julio”.
“Los papás de Kafka eran comerciantes y los míos también fueron comerciantes. Tenían una almacén que, cuando aparecieron los supermercados, tuvieron que cerrar porque no daba. Con la venta del fondo de comercio, papá compró dos taxis. Uno lo maneja él y otro mi primo el Pupi”.
“Kafka tenía un primo que se llamaba Robert. Y mi primo, al que le decimos Pupi, en realidad se llama Roberto. O sea, Robert”.
“El padre de Kafka siempre se opuso a que Franz se dedicara a la literatura. Mi papá también”.
“Kafka se llevaba para el culo con su padre. Yo también”.
“El mejor amigo de Kafka se llamaba Max. Max Brod… Mi mejor amigo se llama Máximo, pero le decimos (le digo) Max”.
“Kafka era judío. Y yo siempre quise ser judío”.
“Kafka se recibió de abogado. Yo, antes de estudiar Letras, hice el CBC para Derecho”.
“El protagonista de La Metamorfosis se llama Gregorio. ¡Yo me llamo igual!”.
“Kafka terminó trabajando en una compañía de seguros. Mi papá quiere que sí o sí trabaje”.
“Kafka, antes de morirse, le pidió a su amigo Max Brod que quemara su obra. Yo le pedí a Max que, cuando me muera, queme todo lo que escribí”.
“Kafka tuvo un amor imposible llamado Milena. ¡Yo también tengo un amor imposible que se llama Milena!”.
“Kafka tuvo un amor secreto que nadie, ni siquiera su hermana, supo: su hermana… y yo, bueno, en fin, cambiemos de tema…”.
“Kafka fue rechazado por las editoriales. Yo también. Porque siempre que les mandaba mis cuentos y aforismos, nunca me contestaron. Recuerdo que cuando llamaba por teléfono, siempre me atendía una secretaria que me decía lo mismo: el editor está en una reunión. Déjeme algún teléfono, que lo va a llamar… Y nunca me llamaban... Nunca”.
“En fin, ¿no son demasiadas coincidencias?”.
A Gregorio lo tranquilizaba mucho que un escritor genial hubiera soportado los mismos rechazos que él estaba sufriendo.
Diego Recalde, La Meta de Gregorio.
Viajera Editorial, 2012.
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