El
fuego no se apaga
Una súbita
oscuridad llevó a todos a silencio. La única luz venía desde la
cocina, de donde se acercaba la torta junto a su portador oficial.
Los invitados, al
darse cuenta, entonaron entusiasmados el feliz cumpleaños. Al
terminar la melodía, todos estaban expectantes cuando el cumpleañero
se dispuso a soplar las velitas.
Tomó aire y
luego exhaló. Su viento extinguió las pequeñas llamas. Los
presentes aplaudieron la consumación.
Pero en ese
instante se produjo un hecho inesperado. Las velas, solas, volvieron
a encenderse. El apagado había sido incompleto. El aplauso se
interrumpió.
El cumpleañero,
desanimado pero no vencido, volvió a soplar. Las velas se apagaron,
y otra vez se encendieron. Era tal vez un símbolo de la resistencia
ante el paso del tiempo. El fuego que se volvía a encender era la
llama de la vida, que se niega a extinguirse.
Pero los
invitados comenzaron a perder la paciencia. Querían proseguir con la
fiesta. El cumpleañero sopló con más fuerza. Pero las velas una
vez más retomaron la llama.
Fue entonces
cuando intervino un invitado. Mojó la yema de dos dedos y presionó
fuerte sobre cada pabilo, hasta que sólo hubo humo.
Todos aplaudieron
un nuevo triunfo del hombre sobre el fuego.
Nicolás Di Candia, 2014.
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