martes, 14 de julio de 2015

Viajera en el Festival de Poesía de Medellín

Desde Medellín (por Gabriela Aristegui)

Hace 25 años, Colombia y especialmente Medellin, eran lugares donde imperaba la violencia. Narcotráfico y Guerrilla hacían de esta región, una zona de muerte. 
Esta gente tuvo una idea maravillosa y fue esta: a través de la poesía hacer una revolución de amor y de paz, esa fue su herramienta/consigna : La Poesía por la Paz de Colombia. 
Y así se vive por estos días el festival numero 25: Adultos, Niños, Jóvenes de todas las clases sociales asisten en masa a este evento. 
Los poetas, aquí son tratados como Rock Star, y todos están/ estamos felices, creyendo, que la palabra nos lleva a un mejor lugar como humanos, y quizás, (pienso), sea cierto y quizás, (pienso), sea de este modo, yo apuesto!
Estoy aprendiendo mucho por estos días, principalmente que, ante lo violento, las ingratitudes, los odios escondidos, las mezquindades y los destratos, empiezo a elegir lo poético y el amor como respuesta, y como herramienta humana, y eso me sienta hermosamente bien, lo demás ya no importa. Soltar...







martes, 7 de julio de 2015

un sueño * Gabriela Oyola

Un sueño, el lugar más esperado para decir todo, para rescatarte sin que tenga que hacer tanta fuerza, para sentirme desnuda, al fin, sin tanto frío. Una canción desarmada, con una música distinta que va a destiempo y en los silencios se filtra el ladrido de un perro que ya no tengo más.

Voy a escribirte todo lo que siento. No tengo más tinta, pero no te vayas, voy a abrazarte cuando te alcance. Es que corrés muy rápido, mis piernas no te pueden seguir. Están pesadas.

No importa, acabo de encontrar un lugar que me resulta conocido, es la casa de Mecha, toman mate, se ríen. Quiero volver. Hacia atrás. 

Algo me distrae. Hay un libro. 

No recuerdo más.


Gabriela Oyola, 2015



Pablo Müllner

Pablo Müllner nació en 1978, bajo un apellido de raíz alemana, por el lado paterno. En el ala materna de su familia, se cree, la raíz es criolla, aborigen. De esa mezcla rara, surge una personalidad no menos exótica.
Estudió abogacía, creyendo que el derecho era un lugar lleno de aventuras parecidas a los policiales de Poe o Conan-Doyle. Al calor de estas esperanzas es que se desanimó un poco, pero no abandonó la carrera. En cambio, para amenizar el aburrimiento leyó y leyó… En la facultad incluso conoció autores como Goethe, Foucault y Kafka. Kafka fue quien mayor impresión dejó en su carácter vivaz y curioso, angustiándolo de a ratos. Pero también fue el mismo Franz –con el que comparte una ascendencia checa– quien despertó un hormigueo de insectos no identificados en sus manos. Llegó un día cuando esa comezón pareció gritarle: “¡Escribí!”.
Se sintió bastante insatisfecho con los primeros escritos, pero no estaba dispuesto a quitar los dedos del teclado. Así descubrió, en una alta torre del Abasto, a una joven poeta rubia que por entonces empezaba a formar un pequeño grupo de escritores inéditos. Fue muchos años atrás y para no dar fechas, ni delatar edades, digamos: “Pablo Müllner integra los talleres de Siempre de Viaje desde siempre…”


 De allí surgió su primer libro de poemas El Escribiente (2006, auto editado). Y su segundo libro de microrrelatos y prosas poéticas Hospital Samsara, a ser editado en breve por Viajera Editorial.

domingo, 5 de julio de 2015

Gabriela Aristegui * Una inquietud


Una inquietud
Todo comienza en la incomodidad del cuerpo, en el mío.
Me pasa por la carne.
Se expande. Se acrecienta. S e a b r e e e e
Entro.
Con locura, intento algo del calmar: Ama Alma Mar Calma
Intento despojarme (hago todo para despojarme)
Desnúdate ya! Dale, Desnúdate!
Atrevidamente me sumerjo en esa nube, en su espesor.
Una idea cemento que me deja hosca, tallando recovecos (intentos)
Entro despacio, entro maníatica.
La mejor manera de autorizarme en el desvarío: declararme de entrada enajenada
(entre lo que pienso y lo que escribo)
Hay una escansión donde no soy yo, es otra. Una escisión.
Se abre una válvula y la cola de agua sale potente, blanca, desbordada.
Colores alrededor. Blancos y verdes hoy me acompañan.
Entrañable lugar en mí. Me habito.
Camino por el borde, por lo litoral. Las letras bailan,
las hago danzar.
Las acomodo. Las desparramo. Juntas o Separadas ellas me agradan.
Yo juego.
Armo y Desarmo historias. Tejo fantasías. Descoso utopías. Vuelo
Escribir abiertamente perturbada. Agujereada. Desbordada.
(Todo al mismo tiempo)
Entro a la imagen de una letra distinta. Una alucinación casi tardía en mi vida.
Pero llegué a tiempo.
Puedo, aun puedo.

Escribir.


Gabriela Aristegui, 2015.




Gloria Candioti en la Biblioteca Nacional

Nació en Buenos Aires en abril de 1955. Vivió parte de su infancia en Martinez pero se jacta de ser bien porteña. 
Es profesora de Letras, licenciada en Gestión Educativa. 
Trabaja en la docencia desde hace más de treinta años. Actualmente se desempeña como Rectora de un colegio en la Ciudad de Buenos Aires.  
Egresó del Programa de Capacitación en Literatura Infanto Juvenil de Casa de Letras (Escuela de oralidad y escritura), habiendo realizado talleres con la especialista en Literatura Infanto Juvenil  Lic. Alicia Salvi, con los escritores Eduardo Dayán, Esteban Valentino, Istvansch, Cecilia Pisos y la narradora oral Viví García. 
Participó de talleres de reflexión sobre novela con la escritora Liliana Bodoc. 
Cursó  Alas de ida y Vuelta - Leer y escribir textos para chicos con la escritora Cecilia Pisos y el escritor e ilustrador Istvansch, en Casa de Letras.
Su novela “El cuarto de juegos” fue finalista del Concurso de Literatura Infantil y Juvenil Julio C. Coba 2013 y publicada por editorial Libresa. 
Recientemente, su cuento El hada de las flores ha sido seleccionado por la Universidad Iberoamericana de León –México – para integrar la Antología de cuentos ilustrados con enfoque ético. En Argentina esté libro se editó  por la editorial De los cuatro vientos. 
Sus cuentos con Pictogramas: El guerrero de las zapatillas verdes, El misterio de la plaza oscura y Los juguetes traviesos fueron publicados por Salim ediciones. 
Participa de talleres de escritura en Siempre de Viaje (Viajera editorial)  con la poeta Virginia Janza desde el 2011.  

sábado, 4 de julio de 2015

Gabriela Aristegui en la Biblioteca Nacional

Nací el 4 de marzo de 1975, en la ciudad de La Plata, lugar donde aun vivo.

Hija única, detalle no menor, crecí entre libros y papeles como compañía en los veranos solitarios de mi barrio. Es probable que por aquel tiempo haya empezado con un mundo paralelo imaginado y con trazos garabateados en un papel en forma de diario íntimo.
Crecí como cualquier niña feliz, jugando y con sonrisas.
Transité por varias disciplinas, encontrádome con la cultura oriental que me fascina y me ha sostenido a lo largo de mi adolescencia oscura y hasta hoy.
Me gusta el arte y la filosofía china, japonesa, hindú y tibetana. Encuentro ahí un resguardo que me hechiza. No soy religiosa y sin embargo creyente de algunas cosas, me gustan los rituales.
Pasé por la Universidad Nacional de La Plata, primero estudié Derecho y luego encontré una de mis pasiones: el psicoanálisis. Me recibí, entonces, de Psicóloga y me forme como analista. Práctica que hoy ejerzo en consultorio privado.
Sigmund Freud y Jaques Lacan son dos de mis maestros, ambos, a mi entender poetas. Con Lacan me sorprendí con dos frases que marcaron mi destino:
“Si no somos mejores analistas es porque no somos suficientemente poetas” y
“No hay más que poesía, se los he dicho”. No pude más que amarlo desde ese instante.
Este hallazgo me permitió transitar por diversos Congresos y Ponencias trabajando la articulación del Psicoanálisis y la Poesía, sumando también otro tema que me gusta y me interroga, la feminidad.
Desde hace un tiempo asisto a los Talleres de Siempre de Viaje, lugar maravilloso que me ha permitido encontrarme con la escritura como causa de una vida, la mía.
Estoy por publicar mi primer libro “Seresa” que parí hace ya algunos meses.
En estos momentos estoy escribiendo el segundo libro, se llamará “Estrago”. Al mismo tiempo que se empiezan a trazar textos de alguna otra cosa que aun no tiene nombre.
Por último y más importante, me habitan innumerables pasiones descontroladas que intento mitigar cotidianamente y ante las cuales fracaso, entonces escribo.



Gabriela Aristegui, 2015.

viernes, 3 de julio de 2015

La cantora (fragmento) * Gloria Candioti

La cantora (fragmento)


a Mercedes Sosa 

Decían que se llamaba Nakin o Naín1, no lo recordaba o no lo entendieron los del pueblo cuando lo dijo. Sí, sabía Naín, que su vida era para cantar la memoria de los pueblos. De historias lejanas tejía sus canciones y sus mantos. Porque para Naín cantar y entretelazar hilos en su telar era la misma cosa.
La cantora había aparecido en ese pueblo hacía tanto que era improbable que alguno recordara el día. Los más viejos creían que había sido después de las guerras y mientras la paz bailaba entre las casas de los pueblos.
Ella se puso a vivir en la casita más humilde. Entonaba, todas las tardes, canciones con historias antiguas, desconocidas: guerras contra el odio venido de afuera, contra la envidia que dividió hermanos de sangre o de vida. Cantaba hazañas de héroes muertos en batalla, de músicos que habían dado su vida por ser mensajeros. Relatos de niños huérfanos, de pájaros hombres, de viejas que criaron estirpes de héroes, de magos enamorados, de una joven sacrificada en defensa de su pureza. Historias viejas y lejanas, decía la mujer cantora, mientras tejía otras, cotidianas, entretejidas entre los colores del telar. No había uno de ese pueblo que no se sintiera transportado, en las alas de su canto, a otros tiempos y a otros cielos.
Después del tiempo necesario para la confianza y el cariño, el pueblo cantaba con ella. Imitaban las notas que salían de lo profunda voz de Naín, entonaban melodías que conjuraban los males.
Hubo un niño que se quedó prendido de las notas de la cantora. Huérfano había de ser. Naín lo dejó dormir en el portal de su cabaña. Después le dio alimento. Finalmente le dio un nombre: Ahisar. Y le fue enseñando sus canciones. Ahisar se le quedó hijo a Naín


Gloria Candioti.

Delfina Uriburu en la Bibioteca Nacional

Delfina Uriburu nació en Buenos Aires el 28 de diciembre de 1990. Es comunicadora social de profesión y escritora de oficio. Estudió canto lírico y teatro hasta que descubrió la música en las palabras y empezó a asistir a talleres literarios. Participó de concursos en los que obtuvo algunas menciones y formó parte de ciclos organizados en distintos centros culturales de la ciudad. Colaboró en revistas independientes de comunicación y literatura y publicó el poemario El murmullo de los cuerpos (Textos intrusos, 2015).
Además, con su poesía estuvo presente en la segunda edición del Encuentro de la Palabra realizado en Tecnópolis.

miércoles, 1 de julio de 2015

En la feria * Delfina Uriburu


En una feria
se rasgó mi vestido dócil
ya no me balanceo
en las mismas hamacas
quebré
las cadenas crédulas

se me perdió la raíz del orden
corté las ataduras
engarzadas de ingenuidad
ahora llevo vestimenta auténtica
construyo cadenas nuevas
interpreto mis propias sensaciones



Delfina Uriburu, 2015.



miércoles, 24 de junio de 2015

Pablo Müllner reseña "Agua o niño que corre"

Sobre “Agua o niño que corre” de Eugenia Coiro

Las mujeres paren a sus hijos en el río, sin abandonar su trabajo…
El libro de poemas y prosas poéticas abre con un pequeño relato. Si uno lee con rapidez, distraído puede caer fácilmente en la trampa de esta prosa limpia, libre de valoraciones, en extremo objetiva. Una descripción de un paisaje, un pueblo, una costumbre del lugar. Parece una breve entrada de un diario de viaje. 
Al sumergirse la poeta en el agua descubre que los niños que nacen muertos, arrastrados por la corriente, se convierten en criaturas acuáticas, como grandes renacuajos, y se ocultan bajo las piedras al intuir a la visitante.
Es difícil creer que este lugar sea solo una zona en la imaginación de la poeta. O quizá, más precisamente, da un poco de miedo. 
Más que un relato plenamente onírico, parece la detección de lo irreal en la misma vigilia. La poeta parece anteponer una gran lupa a la realidad y a través de esa lente poderosa hace evidente que lo real no es tan sólido y concreto como en una primera vista. Hay un entramado muy fino entre la materia y el sueño. El mismo ojo que mira a un poblado hacer su acostumbrada pesca en el río, si ve más detenidamente, descubre que nada es tan lógico o sensato como parecía.
El tono descriptivo, la ausencia de juicios, recuerda a las narraciones rurales de Marosa Di Giorgio. Hay belleza y terror, en proporciones casi iguales. El lector no puede resistirse a seguir leyendo por más que ya se encuentre bastante perturbado.

Los fragmentos
cada desecho ínfimo 
pelos o ramas
lo vivo muerto

A partir de ahí la escritura se mueve en poemas cortos, fluidos, contundentes, como el trayecto de un río caudaloso:

(…)

Abajo
Abajo
Abajo 
Abajo
(…)

O, parafraseando, el mismo poema, como si la poeta se dejase llevar por el río al mar. O como si esta agua que corre, pudiera ser también la descripción de un hecho más sombrío. Un cadáver arrojado al mar que adquiere una nueva conciencia, 

como quien despierta 
y recobra 
la memoria de otro cuerpo

En la segunda parte “Niño que corre”, engañosamente la poeta advierte al lector de un territorio firme con la frase que se repite, se reformula, como una clave: “Con que entonces esto era la orilla”. Una orilla falsa, una orilla alucinada que cambia, como un espejismo sobre el agua.
La ilusión de una orilla en la consciencia de alguien que ha sido abandonado, de manera imprevista, a ese paisaje desolado: el mar, un confín de aislamiento. 

Esto es la orilla
la revelación
oculta bajo el agua
la distancia invisible
imposible

La mente, las palabras, la imaginación no dan descanso. La orilla transmuta se convierte en diferentes cosas-deseos-sueños de tierra firme o su equivalente emocional/psicológico:

Esto es la orilla
este querer ver en sus ojos
el despertar del mal sueño

 O, tal vez, esto es la orilla:

Algo parecido al amor me nace
apenas roto.

Aunque seguro sea que:

(…) esto es la orilla
el agua me mira
me llama 
se aleja

Estos poemas tuvieron la cualidad de cristalizarse en mi mente, llegar a solidificarse junto con la experiencia. Desde el primero momento que leí esa serie, esas “variaciones sobre la orilla”, nunca pude imaginar otra versión de los hechos: poemas escritos a partir del sueño, el mal sueño, o el deseo oscuro de experimentar el ahogarse.
Habiendo tenido yo mismo la experiencia extrema del ahogo puedo decir que esos poemas tienen mucho de esa sensación de “ya no puedo luchar más por permanecer en el superficie”… Ese ceder a la voluntad del agua, ese momento de extraña relajación en el abandonarse, en el creer que ya todo esfuerzo es inútil y entonces ceder al encanto del agua. Su propia lógica. Su propio mundo escondido. El Reino de Hades:

el mar como una madre arrastra todo 
ocupando los espacios libres
 (…)
Pero el tiempo parece detenido sobre el mar gris plateado
Un instante. Otro.
Siempre es igual.
(…)

una virgen
o una sirena
el agua sobre su cuerpo
sus ropas 
la luz

Según algunos mitólogos, las sirenas son más configuraciones de la muerte que seres plenamente formados, conscientes. Pueden asimilarse a los arcanos del Tarot, como la manifestación de los peligros que acechan, o como la muerte decide presentarse frente a los ojos –y los oídos– del los navegantes que han errado el camino.
Esta sensación de extravío resulta palpable, incomoda en gran parte de los poemas.
Sin embargo, cuando se comienza a  entrever la plena desesperanza de encontrar un camino que conduzca a  una nueva orilla, algo sucede. Aparece un “él”. 
Un “él” que produce cierta confusión: se trastocan los roles. 
¿Él es el niño hecho hombre que atrapa a la poeta, perdida en las aguas que no encuentra la orilla? 
¿O él es el marinero-lector cazado por la poeta-sirena que habitaba esas aguas profundas? 
No parece ser tan importante la oposición sino lo que esta fusión de “él con ella” produce. Comienza una transformación, incómoda, psíquica, biológica, amorosa:

Tengo un monstruo invisible adherido
un monstruoyo
engendro

En la mutación la poeta encuentra la salvación –¿tierra firme? ¿la orilla?– como si la fusión romántica y sexual fuese, en parte, morir a una forma de existencia plenamente personal, ceder a la voluntad de ese otro cuerpo extraño para hallarse en un territorio nuevo, calmo, acogedor, trascendente. Como en la filosofía oriental, cuando se alcanza la plena conciencia de la vida, del existir, se vive de forma impersonal, total, un estado de unificación que se alcanza a través del amor sin condicionamientos. 

En la mutación engendrar fundirse hundirse perderse
enamorarse 
“te amo, monstruo
(…)
reproducción de la vida
lo vivo en mí 
lo animal

La poeta le permite al lector respirar profundo, pisar otra vez el suelo firme. Ha terminado su trance de naufragio, su peligroso encantamiento con la muerte. El trayecto por momentos difícil, incómodo, como sucede siempre con la mejor poesía, ha sido al mismo espacio de placer y fuente de revelaciones. 
El lector siente que ha emergido de la lectura con una mirada más aguda. La capacidad de ver más allá. Más allá, definitivamente: la orilla.


Pablo Müllner



viernes, 19 de junio de 2015

Ruben Sacchi reseña Relámpagos


No son rayos. no, de esos que parten la noche en dos, esos que fulminan o incendian. Son sólo esas luces que acompañan las tormentas, que preceden un rezongo. Son iluminaciones para que se pueda ver más claro en la cerrazón y sea uno el que decida si fulmina o lo incendia todo. En definitiva: son destellos de sana lucidez.
Si bien echa mano a una variedad de textos que no son de su autoría, lo hace en la forma de traducciones, y el material que aborda es absolutamente novedoso, muy poco difundido en nuestro entorno
literario.
Relámpagos es un libro dedicado al texto breve, pero no solamente incluye creaciones de otros también hay, en sus casi trescientas páginas, hermosos escritos nacidos de su pluma.
La temática es diversa, desde un emotivo relato donde mujeres chilenas preparan una bandera para reclamar por los presos políticos en Con retacitos de tela, hasta la hipocresía de la iglesia en La última tentación de Cristo, pasando por la denuncia del saqueo de piezas arqueológicas, en el poema Arrepiante.
Interesante propuesta que anticipa su correlato, ya que el subtítulo de Volumen 1 nos pone en la espera de su saga.



Por Rubén Sacchi.

jueves, 4 de junio de 2015

Viajera de Otoño * Gabriela Pedrotti

La bailarina


La bailarina de mi cajita de música
siempre bailaba
yo la abría y bailábamos
ella siempre tenía ganas
yo no.

A veces quería detenerla
y solo escuchar
la música
solo la música
y descansar el cuerpo.

Hoy me acordé de ella
le dije que se sentara conmigo
que no la voy a abrir
que la dejo libre
que haga lo que quiera
que ahora en la caja
estoy yo.

Tal vez, 
me abra.


María Gabriela Pedrotti



María Gabriela Pedrotti es Psicoanalista. Miembro de la Escuela Freudiana de Buenos Aires, en donde actualmente dicta un seminario sobre los afectos.
Su gusto por la escritura comenzó en la infancia, estos últimos años decidió comenzar a circular con sus poesías también.
Le gustan las letras en diferentes estados: inconscientes, reveladas, escondidas, tímidas y desfachatadas.
Hoy va tomando cuerpo su primer libro de poesía.  

miércoles, 3 de junio de 2015

Viajera de otoño * Sofía Ciravegna


Hojas del piso
sonrojan
junto al viento
impetuoso
gris
casi transparente
alborotado
puedo sentirlo
en el silencio musgo
penetrar los vidrios de la habitación
y relamer con la punta de su lengua
cada flor sobrante el otoño
puedo verlo
enfriar el aire de sabor amargo
garganta
succionando sus brillantes
dejándolas morir
titiritando
en ese rincón invisible y avejentado
donde me vislumbro desnuda
en cuclillas
reseca
enmudecida
diferente
mordida
transmutada
líquida
boca violeta



Sofía Ciravegna




Sofía Ciravegna, Buenos Aires, abril de 1990. 25 años, Productora, Bailarina y Fotógrafa. 
Desde el 2008 pertenece a los talleres Siempre de Viaje, Literatura en progreso con Karina Macció y está en proceso de su primer libro de poesía que se llamará "Sumergida". 
Actualmente trabaja en la "Nación Revista" como asistente y fotógrafa. Es productora, asistente de dirección de la obra de teatro "Surmenage". Y como bailarina, ensaya para una nueva obra de teatro; es coreógrafa de la productora Shock Your Cocktail y realiza shows para diferentes empresas de eventos. 



Viajera de otoño * Gabriela Oyola

Imagen de una ciudad
(frutal)


Caminar despacio por las calles donde los gatos duermen largas siestas durante el verano. Algunos son angostos pasajes, llenos de árboles frutales, con un aroma profundo a moras . Hace muchos años las cortaba de unos enormes árboles, no era sólo un dibujo de las moras cortándolas en ramillete.
A veces la verdad no lo parece.
La hojas son delgadas, el verde es profundo, las moras se amontonan en un árbol inmenso que caen cuando el viento zonda empieza su trabajo. Ahí, al ras del suelo junté más de una. Uní el morado de las moras con el rosado de mis dedos.
Ser una fruta más al costado de una calle de provincia.
Tomar la bicicleta, subir atrás de acompañante, buscando lugares que no terminan en una calle, descansando de a ratos cuando el calor derrite las moras y el jugo cae en la tierra para saltar a las viñas con el viento justo.
Ser una uva más al costado de una finca, con una casa de adobe que apenas tiene una agujero de ventana.
Podría ser una pintura local pero es un poema de una pintura local.
Mañanas frías para cruzar el parque tan temprano, otro invierno de olores. Pequeños. Un brasero al costado de una ventana con olor a pan caliente, amasado a veces con tristezas, del camino. Sobre un fondo verde y marrón, con el sol más grande del lugar que no se achica con los días.
Crecer al costado de una vida de provincia, en el medio de una vida local, por encima de las luces de una ciudad. En la noche con una luna triste, en el día con el sol mayor.
Crecer con el poema a cuestas.


Gabriela Oyola


Gabriela Oyola se formó en la carrera de artes combinadas en la UBA. Hizo y hace un poco de todo: audiovisual, producción, investigación, crítica. No olvida que en su costado más informal le encanta peinar para cine o publicidad. Se considera una paseante de la vida, le encanta e investiga sobre el cine clásico argentino de la década del 50´. No le gusta la docencia pero sí el trabajo en equipo. Ha presentado trabajos de video- poesía para distintos festivales y realizó una muestra de video-poesía e instalación “íntima”. En breve presentará su primer libro Imagen de una ciudad por Viajera Editorial.  

martes, 2 de junio de 2015

Viajera de Otoño * Daniel Cáseres

La búsqueda

Estamos buscando algo sin nombre.
Como si el universo fuera un pajar
un inmenso pajar perdido en una aguja.
Buscamos una virtud que brille en mitad del vicio
para evitar que el tiempo desangre y devore lo inocente
como una oruga obesa
implacable
mórbida.
Hoy estás acá, pero no siempre.
A veces no sos lo que quisieras.
Respirás por debajo de la capacidad de tus pulmones.
Sos una caricia venenosa que se hiere a sí misma.
Entonces asisto a tu martirio autografiado
como si fueras un atardecer sanguíneo.
No quiero que pienses que voy a permanecer impasible
frente al daño que te hacés con las palabras
esas serpientes blancas
escondidas como flechas en la niebla.
Sin embargo, a veces no puedo evitar pensar igual que vos
el vocablo preciso
la soledad a cuestas
el reclamo inconcluso.

Yo también estoy desesperado.
Arrastro el cuerpo sobre púas de trincheras embarradas
y no sé dónde queda el norte o el sur.
Por eso sentís que ya no sabés quién soy. Porque me ausento. Porque no voy a estar acá
el día de tu muerte, a menos que nos encuentre abrazados.
Dejame pasar. Quiero entrar. Te lo pido.
O quizás querrías dejar en una taza escondida en tu alacena de jarrones y búhos
tu marca labial
para que yo la reconozca
y así emprender un viaje de regreso en peldaños sutiles
volver a enamorarnos con señales y ojos adolescentes.
Yo dejaría una rosa sobre la cama. Una rosa roja sobre la cama tendida
pero no sé si quisieras permanecer conmigo en esa tierra que abandonamos hace tanto.
Aquella noche, cuando el reloj estalló y las sábanas se humedecieron hasta escurrir
y el gemido continuo despertó a la gata y a los seres inanimados de la casa
a cada búho de cerámica, los jarrones y los espejos
las sillas, las mesas, los cuadros y hasta los artefactos del baño
tampoco ahí, ninguno de los dos
dijo te amo.

Estoy cansado de pelear con tu lengua.
Que al lanzar las palabras al aire
signifiquen tantas cosas diferentes
como si no fueras, acaso
la otra cara de una misma moneda.
La cara que abre la boca y canta
y habla
y llora
esperando, como yo, un silencio.
Estamos cayendo. Estamos cayendo por un túnel húmedo.
El agua putrefacta permanece bendecida
por algunos peces pequeños.
Una ballena pasa de a ratos y engulle el krill de la angustia.
Eso me esperanza.
A veces la gata pregunta por mí.
Le contestás que estoy al caer, pero no quiero hacerlo sobre vos
como un náufrago que te hunde para salvarse.
Ni mezclar tu voz con la mía con tal de no oírte.
Por eso pongo en la orilla la débil luz de una lámpara de agua
como si fuera una estrella que viaja.
Ese cometa merecería tocarte.
Merecería partir tu corazón en dos mitades perfectas, lustrosas
una a cada lado de la historia.

Los recuerdos son pies que no caminan pero aplastan
tampoco esperan que estés menos sensible.
Me cansé de pedirte que no me buscaras en el tarot.
Que me preguntes a mí dónde estoy
¿te acordás?
Ya no sé donde estoy.
Creo que me perdí en alguna bocanada de humo.
Me cansé de pedirte que no fumés después del amor
es el momento de abrazar al otro
y proyectar el futuro. El momento más débil y sagrado.

Pero no voy a hacerte reproches. Prefiero seguir buscando algo imposible de mirar.
Una gorgona de cabellos horrendos que me haga salir corriendo a buscarte
donde todavía no hayas llegado.
O quizás un palacio de columnas jónicas blanquísimas
un patio de mármol a cielo abierto
donde me veas y recuerdes cuando andábamos unidos por el centro de los cuerpos.

Pero no sé. La tarde se fue. La gata maúlla y vos no le prestás atención.
Sabés que ella ve y conoce las cosas como yo.
Aunque ahora no hay ceniceros esparcidos por la casa
quizás es señal de que algo está cambiando un poco.

Hoy arreglé la canilla que perdía. No fue sencillo.
El vástago no se consigue
tuve que hacer que tornearan uno nuevo.
En el fondo conozco tu respuesta a mis pequeños esfuerzos.
Nada alcanza para rearmar los pedazos de lo que rompió el agua.
Tiendo la mano y no te encuentro.
Y siento el alma flotar entre los desechos.

Te pierdo y nos perdemos.
Te pierdo y nos perdemos

te pierdo
y nos perdemos.

Daniel Cáseres. (Intervención de un poema de Susana Villalba).



Daniel Cáseres nació en la ciudad de Morón, provincia de Buenos Aires, el 24 de enero de 1965.
Es analista de sistemas. Trabaja en el área comercial de una empresa de productos de consumo masivo.
También es catequista y coordina grupos de formación espiritual para jóvenes y adultos.
En el año 2012 su poema “Las Luciérnagas” salió publicado en la antología Detrás de la Palabra, compilado por César Melis de editorial Dunken. Esto último le dio el empuje necesario para buscar un espacio de literatura en donde desarrollar técnicas de escritura. Fue así como se encontró con Siempre de Viaje Literatura en Progreso, taller al que concurre desde ese mismo año. Ha leído en varios eventos literarios organizados por Karina Macció. Su primer libro de poemas se encuentra casi terminado.

lunes, 1 de junio de 2015

Alvaro Luquin reseña Materna


"Materna": hacia donde fuga el paisaje (por Álvaro Luquín).



Hazlo nuevo, dijo Ezra Pound…

Estoy cansado de estar muerto y ser, Juan Eduardo Cirlot…




Siempre me he preguntado, ¿a dónde fugan esas negras esferas que aparecen cuando olvido acontecimientos y personas? ¿A dónde fuga el tiempo cuando, separado de sus goznes, nos arrastra hacia donde todo se redefine en su ruina?

Materna me hizo pensar en el ángulo que se abre hasta ser casi imperceptible. Un ángulo cuyo grado va más allá de la medición y se desvanece “en el giro probatorio de los días” y se convierte en el “punctum” donde la memoria deviene en un sueño ajeno.

Dice Clement Rosset que un objeto es el doble de un objeto real imposible de aprehender, de concebir (a falta de modelo), por lo que me pregunto, ¿en qué punto se sitúa Ignacio Uranga para manifestar esa especie de antepalabra tan precisa en su construcción?




“Lírico e iluso, lo reconozco, de refucilos
corte psicotrópico y suspenso, acaso: un
fondo, extraño, de signos personales que
háblenme y convocan (…)”




Cuando intento escribir sobre un libro, siempre (inconscientemente), me formulo preguntas y respuestas a mí mismo, al escritor, al fragmento, sea como sea, intento avanzar sin esperanza pero al mismo tiempo sin miedo, cosa que es y a la vez no es posible en este libro. Existe el temor de hundirme como la “aristotélica Ophelia”, porque al leer Materna, recuerdo que todo es sorpresivo y a la vez conocido, como las caderas del amor se desvanecen al contacto de la amada y se transforman en el sino de la angustia.



Tubos clínicos, suero, gotas de sangre, rojo fuego, fucsia, bronce y mármol negro.
Ophelia sobre el río de sábanas blancas, sobre el negro del cáncer, sobre lo irremediable de su materia. La madre detenida, voltea en sueños y tranquila deviene en Ignacio para avecindarse en un Stalingrado de magnolias; luego se desplaza a Kentucky, California, Tenesse o Manhattan como  “inquina y duelo defogonazo (…)” en una lengua anglosajona no hablada.



Muchas veces la oscuridad, el hermetismo, hace que el lector se quede un paso atrás o adelante del sentido; en Materna no es así y a la vez lo es. Hay una construcción donde el lenguaje es amasado hasta que cada punto cambia de extremo; permutaciones meditadas, claras, precisas; no existe afán de sorprender ni de abusar del método, porque no hay método alguno: “urdimos algo que decir, cuando jamás pensamos qué y dijimos demasiado”; como Trakl George en Grodek, arrasado en nervios se desploma entre atardeceres, hastiado, feroz, afectado por las experiencias monótonas de otoño, aún sigue sostenido de la intermitencia , como lenta escritura deshojando espejismos  de algún roble.


¿Será preciso hablar de esperanza, cuando  todo por ser inconsecuente pasa y roza las fronteras de un Lower Manhattan, de un cruel Abril donde StearnThomas, en los cuidados intensivos de  Ophelia y Clara, disputa el significado o la finalidad del alcance de su escritura? Hay algo o más bien nada, cuando uno se hunde hasta las profundidades para emerger con los ojos inyectados de sangre a descubrir que todo sigue igual, que la memoria no pesa en los acontecimientos y al final no le queda de otra que rogar a Bennu, el egipcio, al antiguo Bennu egipcio: “donde acaso fueres: seas en mí, sé en mí”.


http://www.lagallaciencia.com/2015/05/materna-de-ignacio-uranga-por-alvaro.html

domingo, 31 de mayo de 2015

Viajera de Otoño * Lorena Suez



hay un árbol antiguo
que me espera
una rama
donde colgarme por la cintura
y sentir
tendones ignorados de mi cuerpo
colgarme
cabeza abajo
doblada al medio
tomarme de los pies
yo
capullo de murciélago sin alas
pender
durante días
perder
atarme de los pies
como crisálida
mi cabeza cuelga
(necesita desprenderse de mi cuerpo)
vértebra
soltarme
vértebra
escurrirme
hasta no ser más
vértebra
o el aire que pasa entre mis músculos




***





Camino hasta que el agua me tapa el cuello
me alejo del ruido
de los gritos
de los ojos
camino desde la costa
y sigo hasta lo hondo.

Me quito los tacos
cuando tropiezo con un fósil marino
el sol aún se ve sobre la espuma
me siguen animales que no se distinguir
me miran
con cara de ¿estoy soñando?

El fondo del mar no es como pensaba.

Hay un castillo
un cielo
nubes doradas
y un jardín salvaje
hay un lago azul
y peces plateados
en cada nuevo comienzo
hay soles naranjas rodando
sobre la línea del fin del mundo
todo el tiempo verde amarillo.

Arranco mis collares de perla sin ostra
los arrojo lejos
veo colores soltándose de mi boca
sombras detrás de las cortinas de agua
veo las ganas de dormir
sobre el sendero más pedregoso
y una cama de arena negra
lunas rojas y aquel nosotros.

El fondo del mar no es como pensaba.

Sigo caminando
arrastrándome ahora
el techo líquido ya no trasluce el sol
ni las nubes
hay ecos
ya no veo el piso del océano
ni el cielo de mar
atravieso el espeso petróleo
(aquel que sentimos desde el muelle
una noche de viento.)

Violeta negro
más negro
me acuesto a dormir
pienso en medusas.

El fondo del mar no es como pensaba.

Ahora
sola
en silencio
duermo
el petróleo sobre mí.

Lorena Suez. (Inédito)



Lorena Suez, Ciudad de Buenos Aires, 1975. Es Licenciada en Ciencias de la Comunicación de la Facultad de Ciencias Sociales – UBA y Psicóloga Social de la Primera Escuela Privada de Psicol. Soc. Dr. Enrique Pichon-Rivière. Participa en los talleres de Siempre de Viaje y en los eventos de Viajera Editorial desde el año 2012.  Se desempeña en el área de la comunicación institucional y el desarrollo de contenidos en el ámbito público y como observadora participante en los grupos de aprendizaje de la Primera Esc. Privada de Psico. Social.