Sobre todo
Voy caminando por una calle atestada de personas que me cruzan. Estoy cubierta por un sobretodo negro, un bolso, y un sombrero del mismo color que cubre mis ojos. Veo pero no me ven. Escondida. En este caso, el cuerpo no importa, piensan que soy una nena todavía. No me dan espacio, me chocan, opinan que no estoy preparada, que lo mejor es que me quede en casa estudiando –opinan-juzgan-opinan: la mente importa.
Mi marcha se detiene en “Madonna”, un strip-club que queda por Pueyrredón y Córdoba. Levanto la cabeza, me saco el sombrero ─el tiempo se detiene─ y mi cabellera cae en cámara lenta. El grandote de Mario (no sé si es el nombre que figura en su DNI, con el que me llaman a mí acá no lo es, claramente) me reconoce enseguida, me saluda con un beso. Saludo a los demás que me voy cruzando camino al camarín. Me desnudo de jeans, remera, zapatillas y me meto en la ducha. Lavo todo lo que acaba de suceder. Las mentes parloteantes me perturban aún, cada vez menos, ya vendrá el triunfo de mi energía rayo láser, constructiva de mí, con todos, pero sin tanto mandato, jeferío, súper-yo (como todos repetimos gracias a Rolón y otros divulgadores del psicoanálisis). En la agenda tacho “salir de casa”, “ir al trabajo y llegar”… Ahora me desenvuelvo el toallón para vestirme, secarme el pelo, maquillarme y salir a escena.
Comienzo en la oscuridad. Música sensual de Britney Spears. Enseguida, la luz me enfoca: estoy de espaldas frente al público: rojo látex. Comienzo la coreografía. Los tipos me miran como lobos que se quieren comer a esta pedazo de mujer. Es una cuestión de actitud, de vestuario que invita a esto. No es por mi cuerpo, y no son ellos. Si estuviéramos todos en la calle otra vez, como hace un rato, quizás ni nos notaríamos. Este lugar huele a deseo, huele a realidad anti-social, a sueño, es decir, a la realidad que afuera nos muestra castrados. Usamos los colores, las palabras, los perfumes, los atavíos, las comidas, las bebidas, las amistades, la pareja, la personalidad, la historia… que queremos. El niño o niña que fuimos cubriendo de hombre o mujer serios, derechos, firmes, estrictos, erectos. Se acabó el show, hace rato se percibía que era la hora de retirada, levantando copas, platos, utilería, limpiando, ya no quedan bailarinas ni en el escenario ni en la pista de baile ni en las mesas… listo, THE END, sólo yo (y algún otro Mario ─ya se está preparando el siguiente turno de strippers─ sí, este lugar nunca cierra), los miércoles me toca terminar la función, me bajo del escenario y me acerco a las mesas, prendemos las luces para echar a los que no entienden que no se pueden quedar más de seis horas seguidas, que fantasean con que yo me voy a acostar con alguno de ellos, pero mi látigo y yo les damos otra suerte:
─¡Hola! Hola… [chasqueo] ¿Me escuchás? Durante cinco minutos, sin parar, o si no te voy a pinchar con la misma pregunta [fusta en el hombro] una y otra vez, me tenés que responder: ¿QUIÉN SOS?
Strip-Dancer, Gabriela Tavolara.
Próximo título de Viajera Editorial.
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