El médico cirujano
Los chicos tenían que seguir jugando porque después les iba a tocar vivir. Los grandes tenían que seguir viviendo y envejeciendo, aunque los chicos no lo supieran. A los más viejos, a medida que envejecían sólo les iba quedando una opción honrosa. La ley es ésa, guste o no. Hay que jugar al tomate que envenena, al molino que embelesa, al muñeco que se enferma.
–Me parece que ese muñeco está enfermo.
–¿Te parece? ¿Cuál? –preguntó la hermana que tenía una colección de muñecos de distinto calibre y forma.
–El oso. Tiene la cara cada vez más tristona. No hay que ser un especialista para darse cuenta de que está enfermo.
–A mí me parecía también que estaba enfermo. Mirale la cara.
–Mmmmmm… este oso se está por morir –pontificó el hermano mayor.
–Bueno… no será para tanto. Yo te dije que estaba enfermo, pero no que se iba a morir.
–Mirá, si no se opera rápido, este osito tiene los días contados. Creeme que está en las diez de última.
–Nooo, no lo quiero dejar morir, ¿quién me lo puede operar?
–dijo angustiada la hermanita.
–Yo sé operar muñecos. Pero no es algo fácil, si no todos los chicos sabrían.
–Entonces operamelo vos. Yo no sé.
–Traeme las pinzas que empezamos –dijo el hermano que ya tenía en la mano un cuchillo para empezar la carnicería.
–¿Y? ¿Qué pasa?
–Este oso está lleno de aserrín que no me deja trabajar tranquilo. Esperá que en un ratito le voy a sacar todos los males que tenga de un saque –dijo el improvisado cirujano.
–¿Cuánto te falta? ¿Cuántas horas dura la operación?
–Listo. Ya está. La cirugía fue un éxito, el oso va a andar bien.
–Pero entonces coselo. Si ya terminaste de operar, coseme el oso. No me lo vas a dejar con la panza al aire. Fijate que no chorree, está perdiendo aserrín por todos lados.
–Ana María, yo te dije que sabía operarlo, pero la verdad es que no sé coser. Llamala a mamá que sabe y listo.
De todas maneras, él siempre había sabido que el osito nunca se iba a morir.
"El fin de la siesta", Eduardo Camisassa.
Próximo título de Viajera Editorial.
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