Osvaldo
Bazán nació el 7 de agosto de 1963 y hasta 1982 vivió en Salto
Grande (Santa Fe). Estudió periodismo en la Universidad de La Plata.
Como es un hombre de principios, nunca terminó sus estudios. Desde
1984 hasta 1995 trabajó como periodista en Rosario en radio,
televisión y diarios. En 1996 se radicó en Buenos Aires, donde
trabajó para los diarios Página/12 y Perfil. Fue redactor de las
revistas Noticias, Espectador y Veintitrés. Condujo los programas
“Se fueron todos” y “Tenemos que hablar” en el canal de
noticias TN. Durante las cuatro temporadas que estuvo en el aire, fue
columnista del programa Mañanas Informales, con Jorge Guinzburg y
Ernestina Pais. Publicó tres novelas: Y un día Nico se fue (2000),
La más maravillosa música –una historia de amor peronista-
(2002), y La canción de los peces que le ladran a la luna (2006). Y
en 2005 publicó Historia de la homosexualidad en la Argentina, de la
Conquista de América al Siglo XXI, de importantes repercusiones en
todo el continente. Fue pro secretario de cultura y
espectáculos en el diario Crítica de la Argentina, donde publicaba
sus contratapas del día sábado, hasta el cierre del diario.
En
2002 fue distinguido por las organizaciones GLTTB de Argentina por
haber difundido una imagen positiva del movimiento gay en los medios
de comunicación.Sa
Por
estos días, comparte Día Perfecto con Ernestina Pais,
Santiago Scheffer y Mariano Almada por FM Metro, 95.1, de lunes
a viernes de 7 a 10. Y conduce Agenda Nacional, viernes a las 23
(repite sábados 3.30 y 15.30 hs) por TN todo noticias.
Aquí
compartimos un capítulo de la novela ...y un día Nico se fue
Un
país llamado “Carajo”
¿Te
dejaron alguna vez?
A
mí sí.
Es
una experiencia maravillosa.
Primero
te funciona la negación, como al coreógrafo de All
that jazz con
la muerte: “No, no es cierto. No me dejó. Es una cosa pasajera. Es
un paréntesis en la relación. Sí, lo dijo clarito: “Una tregua,
precisamos una tregua”, dijo. Un paréntesis sano que nos va a
hacer bien. Un paréntesis necesario. Seguro. Es un tiempo, porque
está confundido. Eso, un tiempo para ver qué le pasa”.
Y
ahí estás vos, esperando que el tiempo pase, imaginando
reencuentros románticos, salidas amorosas, nuevos descubrimientos,
el beso del final de las películas. Porque las películas terminan a
los besos y la realidad no, otro tanto en contra de la realidad, que
pierde por goleada.
Cuando
el tiempo se estira tanto que ya no podés mentirte empezás a
sentirte un poco sonso. ¿No será que…?¿O es que…?
Entonces
comenzás a sentir odio.
Lo
odiás.
Eso,
simplemente lo odiás.
Porque
tenés esperanzas, tenés ilusiones y viene y te quita las ilusiones.
Viene
lo peor.
Saber
que no podés, de ninguna manera, odiarlo: mucho menos olvidarlo.
¿Odiarlo?
¿Por qué?
¿Olvidarlo?
¿Cómo?
Llamás
por teléfono sólo para escuchar su voz. Cuando atiende, cortás con
pánico. Te asegurás que es la última vez que hacés esa
chiquilinada. Volvés a hacerlo. Una vez más. Otra. Varias veces.
Hasta que se da cuenta y te llama por el nombre.
-…
-Ya
sé que sos vos, Osvaldo.
-…
-…
-…
-¿Me
vas a tener así mucho tiempo?
-…
-¿Qué
pasa, Osvaldo? ¿Qué pasa? –Encima se hace el comprensivo, cAlro,
porque no se le ocurre, no tiene ni mínima idea de qué pasa.
Siempre, los que te dejan, se van a vivir a un país que se llama
“Carajo”, en donde nada importa, y adquieren un idioma que no es
el tuyo. Ah, y cualquier momento del pasado es un detalle sin
importancia del que no quieren hablar.
-Sabés
qué me pasa.
-Bueno,
por lo menos, hablás…¿estás llorando?
-MMjjhou…no,
no es…estoy resfriado.
-…
-…te
quedaron las cosas acá en casa…
-Sí.
-…
-…lo
que pasa es que no tuve tiempo. Estoy…eh…ocupado, tengo mucho
trabajo.
-¿Estás
de novio? –Seguramente construir el Coloso de Rodas no fue fácil.
Keops, Kefrén y Micerino tuvieron lo suyo; lo mismo los imbéciles
esos de la Isla de Pascua con la cara larga. Nada comparado con el
esfuerzo de hacer esa pregunta. Y encima, quedarse esperando la
respuesta.
-¿Qué?
Notás
que lo tomaste por sorpresa. No, claro, ni se le ocurrió esa
posibilidad. Ahí te asegurás que no, que no está de novio, que es
una historia que vos te hiciste, pero lo que quiere es volver. Por
eso no fue a buscar las cosas que quedaron en casa. Eso es. Pronto,
el final de la película. Vamos, a buscar las perdices. Ahora sí. Lo
percibís.
-…
-..¿Qué?¿Tenés
novio?
-Bueno,
novio…novio…no
-…
-¿Qué
pasa?
-¿Ya
estás con alguien?
-No,
no es que ya “esté” con alguien…pero bueno, dejá, no tengo
que hablar de esto con vos.
-¿Estás
con alguien? Decime eso, nada más. ¿Estás con alguien? –También
gritás, claro. Porque los que te dejan, además de irse a vivir a
ese país del carajo y adquirir ese otro idioma, se vuelven sordos. Y
terriblemente indelicados, porque si vos les preguntás si tienen
novio nuevo, ¿de dónde sacan que querés saber si tienen novio
nuevo? ¿Cómo se les ocurre tener novio nuevo si vos todavía no
terminaste nada? Necios. Se convierten en necios. Y no entran en
razones. En tus razones.
-Osvaldo,
no tengo ganas de discutir ¿si? Dejemos esto para otro día. Por
favor, no me llamés más. Yo te llamo.
Cuando
te dejan, te dejan.
Eso
los vuelve necios, sordos, mudos, inalcanzables.
Imprescindibles.
Son
los únicos que pueden tomar la iniciativa. Se arrogan ese derecho.
Vos
sólo podés esperar que reconsideren la situación, que se sienten
con vos a discutir la cosa y entenderse como antes, cuando no hacía
falta sentarse a discutir la cosa para entenderse.
Cuando
te dejan, te matan un poco.
Pero
hacen como que no lo saben.
O
como que no les importa.
Quizás
en serio no les importe.
Pero
sí lo saben.
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