Se fue caminando por calle Defensa hasta su casa, paseando la bici por el empedrado. Sus papás en Buenos Aires siempre caminaban así, amontonados en la vereda estrecha. Ella iba en el medio, entre ellos, así la protegían. Siempre vas a tener alguien que te cuide, ma chérie. Eso le decían. También lo escuchó a Jean Pierre recordárselo a Gianna cuando tenía sus ataques de tos. Clementine, por su parte, se colgaba de la cama y se arropaba para darle calorcito en el pecho. Le gustaba quedarse así cuando Gianna se ponía a pintar lo que le habían encargado. Por lo general eran jardines, sombrillas, la provence de Monet. Pero cuando pasaba algún tiempo sin recibir pedidos, Gianna podía pintar como en Montmartre. Ésas eran sus mejores creaciones y a ella le gustaba esconderlas en distintos lugares de la casa. Sólo su piccolina sabía dónde los guardaba para que los cuidara después. Así había empezado a germinar en Clementine su amor por el arte. Y claro, todos los óleos de Gianna se lucían en su casa. También comenzó a mirar anticuarios, sabiendo que quizás ese tipo de lugar, se volvería su cable al cielo azul de París.
María Florencia Giménez de Castro, Cantata.
Viajera, 2013.
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