Palpitando la próxima presentación de Sueño con África en Buenos Aires, compartimos la ponencia de Karina Macció en el Texas A&M University Simposium.
A continuación transcribimos la primera parte.
Sueño con África, entramado de voces y música para despertar
Sueño con África llegó a mí en forma de manuscrito, gracias a la recomendación de un poeta que quiero y respeto mucho, Eduardo Espina. Además de ser editora, también soy poeta, y la afinidad que se genera entre los que cultivamos la poesía es muy fuerte. Nos atendemos, nos escuchamos. Es difícil ser leídos, por eso nuestros primeros lectores son muchas veces colegas y amigos.
Inmediatamente sentí una fuerte atracción por el libro. Era un viaje. Me llevaba hacia las tierras africanas, me brindaba su música, sus creencias, sus tradiciones. El paisaje se iba armando a través de los poemas de una manera sutil, con epifanías contundentes que me revelaban un amanecer, un ritual infantil nocturno, una naturaleza prodigiosa. Un efecto curioso captó mi atención en esta primera lectura. Las palabras en español a veces sonaban extrañas, como si les faltara algo, como si buscaran un complemento, como si estuvieran abiertas. Me ponían en un brete, me cuestionaban. Recordé un libro de Julia Kristeva, El porvenir de la revuelta, especialmente el capítulo llamado “El amor por la otra lengua. La otra lengua o traducir lo sensible”. Empieza así:
Se distingue inmediata y básicamente al extranjero del que no lo es porque habla otra lengua. En una observación más minuciosa, el hecho es menos banal de lo que parece; revela un destino exorbitante, tragedia y elección al mismo tiempo. Tragedia porque el ser humano, ser hablante, habla naturalmente la lengua de los suyos, lengua materna, lengua de su grupo, lengua nacional. Cambiar de lengua es equivalente a perder esta naturalidad, a traicionarla o, por lo menos, a traducirla. El extranjero es esencialmente un traductor.
Agregaría lo siguiente: “El traductor es esencialmente un poeta”. Sueño con África es una traducción en tantos sentidos que vale la pena intentar desentrañarlos.
Como nos sucede a los que nos dedicamos a la escritura, está esa traducción preliminar en la que intentamos ir de un pensamiento, idea, recuerdo o sensación, todos ellos fluidos y dispersos en nuestra mente y cuerpo, a un formato material que nos otorga la lengua. El primer paso trata, justamente, de esa “puesta en lengua”, de la traducción de una incorporalidad íntima y real en nosotros a una corporalidad socializable por medio del idioma. Por esta razón, lo antes fluido suele parecer chato, lineal, simple, sin esa riqueza que hallábamos dentro. He ahí el trabajo del escritor, del poeta.
Alain había atravesado esa etapa con éxito, pero habiendo traspuesto además otras traducciones. No era preliminar en ningún sentido. El problema era que el español no era la lengua materna de Alain y yo lo había notado en la lectura del manuscrito. Había un “dejo” de traducción inasible en el libro, que despertaba en mí una curiosidad lingüística, que me llamaba a detenerme en cada palabra. Comencé a entender que cada una era un punto de llegada, y que debía desandar camino. ¿De dónde venían? Eran objetos que se levantaban de la hoja y me miraban, poniendo a prueba mi castellano. Alain se explayó iluminadoramente sobre esto:
¿Cómo es posible que un camerunés de habla francesa e inglesa escriba poesía en español? Traté de escribir mis poemas en francés y luego en inglés, pero no me salieron las palabras adecuadas. Pensé que este fenómeno era extraño y que era yo el problema; pero cada vez que me ponía a escribir, las palabras fluían en español y no en francés ni en inglés. Siguiendo el consejo de mi hermano, me decidí a escribir en español. Aunque no puedo explicar con certeza la inspiración en esta lengua, una de las razones reside en el amor que siento por ella, y en el hecho de haberla escogido para mi carrera desde el primer año universitario. La mayoría de los poetas que leí en aquel entonces escribían en español. La belleza del lenguaje así como el lirismo y el compromiso social de sus obras conmovieron mis pensamientos.
Pero ni siquiera se trataba del francés y del inglés, lenguas que convivían desde siempre en Alain por nacimiento y educación. Había mucho más. Los textos estaban plagados de palabras en otras lenguas, algo que percibía desde mi ignorancia como “africano”. Sin embargo, cada una de estas palabras tenía un origen diferente. Investigué un poco más.
Habitan Camerún más de doscientos grupos étnicos y lingüísticos. El número de lenguajes listados es de 286, de los cuales 280 están vivos y 6 extintos. De los vivos, 11 lenguas son institucionales, 96 se hallan en desarrollo, 106 son vigorosas, 43 están en problemas y 24 se hallan muriendo.
Quedé impactada.
La primera versión del libro me llegó en español con la proliferación de palabras en swahili, bangwa, amharic, wolof, zulú, bamileké, yoruba, por mencionar algunas. Cada una de estas lenguas se relaciona con una etnia y con un lugar específico en África. Por ejemplo, en el caso del grupo yoruba, se hallan en el oeste africano, y la mayoría se encuentra en Nigeria. Ahora bien, además de asociarse una etnia con una lengua y todo esto con una disposición geográfica, también cada grupo mantiene ciertas creencias religiosas. Muchos “comparten” dioses, pero cada divinidad recibe una denominación específica y a veces sufren transmutaciones, que los hacen ganar o perder atributos, o hasta cambiar de sexo: “Sàngó poderoso Yakutá/ te llamaron diablo/te convirtieron en Santa Bárbara/te alabaron como Sainte Anne”.
De repente me vi arrojada en el centro de un laberinto cultural, una trama compleja de muchísimos hilos de alta densidad. Como dije, recibí la primera versión de Sueño con África en español, pero con la nota-carta de Alain que hoy figura en la edición final. Él necesitaba explicarse. Él, como Kristeva me había musitado al oído, sabía que este español poseía algo extraño, no natural, algo que hacía que uno fijara los ojos pasmados en cada palabra conocida y desconocida a la vez. Charlamos con Alain, le preguntamos si estaba dispuesto a traducir su libro al francés y al inglés. Así empezó la segunda etapa, una aventura en tres idiomas que dialogan incesantemente. Con Cecilia Maugeri coordinando el proyecto, se sucedían los encuentros, las interrogaciones, las conversaciones que ampliaban nuestra red simbólica, pudiendo sugerir, desde nuestra labor de editoras, que alguna palabra en español resultaba más precisa que otra. Esto ocasionaba revisiones y reescrituras por parte del autor que seguían enriqueciendo el texto.
Cuando me llega la última versión, me deslumbró otra vez, pero ahora con una polifonía puesta en escena que me permitía perderme con confianza en ese laberinto poético. Ahora no sólo contaba con el español, el inglés y el francés, sino que había un glosario de palabras que me describían parte de la cultura y la religión africana que poblaba el libro. Lo que antes me había resultado opaco, ahora brillaba porque encontraba contra qué rebotar: las tres lenguas eran necesarias, y todo lo que venía de África, además, estaba en primer plano.
Cada elemento lingüístico del libro apunta a construir un mundo nuevo, el del poeta y su tierra, su forma de mirar y recordar su procedencia, sus costumbres. No se trata aquí de encontrar una guía antropológica para sumergirse en África. Eso puede deducirse o intuirse, pero no es el corazón del libro. Su corazón es la construcción poética de una tierra-madre-naturaleza, origen del poeta y según él mismo, de todos los seres. Como dice Cecilia Maugeri en el postfacio: “Sueño con África es una invitación a beber de las fuentes y a recordar que para la tierra, todos somos hermanos, blancos y negros por igual, todos venimos de África.”. Octavio Paz, uno de los autores que menciona Alain como referente, propone que el poeta crea un mundo dentro del mundo, una lengua dentro de la lengua, un tiempo dentro del tiempo. Esa creación es Sueño con África.
Karina Macció, 2013.
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