La playa (Acto I)
digamos azul, digamos fulgurante
A un costado, una mujer morena
casi desnuda
le regala al sol su piel y relame la sequedad de sus labios
Lejos, casi en diagonal, su hija trae agua
para un pozo de arena que no se deja llenar
La mujer, digamos la madre,
olvidada de su rol, deja la bikini en la lona
y decide ponerse boca arriba
Una vez que su pecho empieza a ser carcomido por el calor
aparece un hombre nadando mar adentro
Entre gota y gota de sudor, resbala su cabeza a un costado
entonces lo ve
sonríe
y
juguetona como es
quita toda tela de su cuerpo
Desnuda, morena, soleada
la mujer vuelve a mirar hacia el mar
pero esta vez no ve nada
En esa dirección sólo está la niña
que ha empezado a imitarla
Sobre la arena, su cuerpo virgen se revuelca
de pronto la saluda
y ríe
Pero ella no ve el brazo agitándose
ni el balde cansado cerca del pozo
ni la malla enteriza convertida en almohada
Sus ojos sólo alcanzan el mar que se ha vaciado de brazos
y reniegan de ese implacable azul uniforme
que interrumpe su proyectado goce
Entonces la mujer ve
ve a la niña
ve las mallas que ambas empiezan a ponerse
ve el sol que ha dejado marcas rosas en su piel oscura
ve el mar tal como es, sin manchas, y saluda a la hija y saca el libro de su cartera y
ordena la imagen
Loreley El Jaber, La Playa.
Viajera, 2010.
Bill Brandt |
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