Estaba decidida a borrarte.
Usé una goma, pero no pasó nada. Era de lápiz.
Probé con la de tinta, pero apenas logré que se
esfumara la primer letra. Mis brazos se agotaron.
Mejor sería cubrirte.
Compré una lata de cinco litros de pintura. Pasé
varias manos con un pincel de cerdas gruesas. Pero nuestra historia
tuvo tanto brillo que atravesaste el blanco.
Compré alquitrán, de ese oscuro y viscoso, ese que no
deja traspasar ni la humedad. Me tomé mi tiempo para que no quedara
ningún punto libre donde pudieses colarte.
Terminada la tarea, y con el cansancio al borde del
abismo, me senté para relajarme. Encendí la radio. Una canción
rellena de momentos empezó a sonar.
Me levanté asombrada al ver cientos de notas musicales
que salían del parlante. Bailaban, se mezclaban, juntaban, unían,
hasta que finalmente quedaron estampadas.
Jovencitas melancólicas e impertinentes.
Tu nombre de notas coloridas estaba dibujado sobre el
negro que yo había pintado.
Andrea Larrieu, 2014.
Andrea Larrieu leyendo en el Club Cultural Matienzo |
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