Pasa la vida y el tiempo no se queda
quieto, llevo el silencio y el frío con la soledad. La música
metida en mis oídos me acompaña.
Nadie me despidió porque a nadie ya le
importaba que me fuera. Quería salir de ese lugar al que nunca
volvería, para luego subir al micro y regresar. Allí sí me
esperaban, así me había dicho
mi madre al teléfono llorando
emocionada. Pero yo estaba triste como esta canción: Se fueron los
aplausos y algunos recuerdos, el eco de la gloria duerme en un
placard. Tenía la mirada ausente,
escondida, la soberbia perdida en la
valija, el orgullo pisoteado por la vida. No quería llorar y me di
cuenta de que no quería volver, asumir la derrota, no deseaba perder
mis sueños. Sabía que era la única puerta que tenía abierta para
vivir sin pasar hambre, sin sobresaltos, sin tener miedo, aburrida,
sin adrenalina, sin sueños.
Volver a empezar, volver a intentar.
Finalmente no tomé ese tren. Siempre fui testaruda.
La bocina es muy fuerte, despierta al
mayor de los dormilones. Miro el tren que llega y se va para el otro
lado. El mío no viene. No hay apuro, hoy el tiempo está encerrado y
así debe ser. Observo nuevamente el pasillo angosto, viejo y
nostálgico. Una madre que sostiene con fuerza a su hijo, camina
entre el reflejo platinado. Miro el reloj grande colgado, con el
tiempo muerto, mientras empieza una nueva canción.
Andrea Larrieu, Perdidas y encontradas.
Viajera, 2014.
Steve Mc Curry |
¡maravilloso!
ResponderEliminarGenial
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