Te vestís, dejando el corpiño a un lado, y cubriéndote el cuerpo con un vestido de gasa. Estirás el brazo para colgarte collares, aros, hebillas. Das vueltas para rociarte el perfume. No, hoy no querés gustar sino calentarlos al caminar. Te reís histérica, seguís descalza, recién en el pasillo del edificio te ponés las sandalias color salmón, porque te combinan con la ropa íntima, bien íntima.
Por lo general suelo intercalar uno o dos tropiezos en mis caminatas diarias. Es un andar algo torpe o distraído, brusco. Creo que ninguno se adapta del todo a la relación estrecha entre la calle y yo. Y la verdad que me da bronca, porque como la camino, la conozco, la contorneo, pocos lo hacen.
De día me gusta intimidar con la mirada; de noche, en cambio, prefiero mirar las vidrieras de los zapatos, esperar los colectivos, dejar pasar uno o dos, y prostituirme un poco. Me gusta sentir que me rozan, de día y de noche, me gusta tocar a la gente. No creo que eso tenga algo malo. Me exhibo en las calles. Dejo que me penetren detrás de las paredes. Quizás por eso los tropiezos, porque intercalo constantemente la piel, el cuerpo, entre mis piernas, mis labios. Me derrito, caigo ante la física ajena, hasta que finalmente vuelvo a ser
yo la que importa y puedo esquivar una baldosa floja.
María Florencia Giménez de Castro, Cantata.
Viajera, 2013.
|
Egon Schiele |