Declaro que es urgente y necesario construir una bomba de palabras
para dinamitarlo todo. Que estalle bien fuerte y, en un abrir y
cerrar de ojos, no haya un solo gramo-ciudad sin quedar estampado.
Las calles y las paredes estarán colmadas de tatuajes de tinta.
Repletas hasta lo inentendible: letras negras y de colores, palabras
reales y palabras inventadas, oraciones y frases terminadas, y
oraciones y frases sin terminar. Entrelazado todo en auténtico
mamarracho. Un salpicón de firuletes letrados de esos que no se
entienden nada. Indelebles, incorregibles, intachables: toda la
ciudad colmada, sin tramo de excepción.
Bañada-embadurnada-grafitada-espiralada-mezclada-entintada-enmarañada-hasta-más-no-poder.
Algo desconcertada, eso sí, pero definitivamente orgullosa,
exuberante, casi provocativa. Desafiaba a cualquier ingrato que se le
ocurriese hacer algo a que lo intentase. No pensaba dejar que la
desnudasen de nuevo. Por fin empilchada y maquillada, repleta de
palabras por todos lados. Quién se atrevería ahora a buscar un solo
rincón que no estuviera tatuado o garabateado. Quién una sola
esquina que no estuviera sudada de tinta de colores. Quién una sola
pared que no estuviera colmada de ideas sin sentido, de gritos
desfigurados, oraciones con tantos tipos de letras y signos de
admiración como fueran posibles. Quién una sola
calle-callejuela-pasadillo-o-corredor que no estuviera echo un
enchastre de formas y firuletes casi tridimensionales.
La ciudad
gloriosa, sonreía con ganas, bella, divertida, triunfante. Escrito
en una pared se leía bien claro, con letras elegantes y enormes:
¡ESTO
SE QUEDA ASÍ COMO ESTÁ
Y AL QUE SE
LE OCURRA TOCARME
QUE LO
INTENTE!
Axel Levin, Palabras que nos nombran.
Próximo título de Viajera.
Hannah Hoch |
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